Como humanos nos solemos creer superiores a las otras especies, y ello nos ha conducido a preferir cierto tipo de actitudes en las que prima el individualismo y el intelectualismo, y lo peor de esto es que hemos construido una sociedad acorde a estos principios, pero se nos olvida reconocer que el recorrido que nos ha permitido ser humanos esta apoyado en todos los atributos mamíferos que nos facilitaron erguirnos como especie.

Reconocer nuestra herencia mamífera implica reconocer que los mamíferos suelen acompañarse para dormir, suelen hacerse cosquillas y buscarse para rascarse, suelen cuidar el entorno en el que viven y del cual hacen parte, suelen vivir en manadas criando a los hijos y cuidando de los mayores entre todos, suelen dedicar tiempo para el ocio y la contemplación, pero hoy en día vivimos depredando en entorno y las relaciones que edificamos, vivimos sin tiempo para las actividades contemplativas y sólo elegimos el compartir con nuestros congéneres si representa productividad para nuestros intereses.

Por esto es que nuestro camino de humanidad primero debe mamiferizarnos, y mamiferizarnos implica reconocer que el juego, el contacto, el afecto y las caricias son fuentes primarias de alimentación y de educación. Mamiferizarnos implica salirnos de “yo” para reconocer el “nosotros”. Mamiferizarnos implica compartir tiempo cuidando y dejándonos cuidar por otras formas de vida. Mamiferizarnos implica reconocer que el “humano” se hace con la “mano” porque las manos son la extensión del corazón y a través de ellas nos tejemos con otros seres.

*Acá abrazando a mi gran amigo en la cima del Boquerón de Cardenillo en nuestro más reciente peregrinaje al Zizuma, al fondo el imponente nevado del Ritak’uwa.