YAJNA: EL SENTIDO DE LA OFRENDA Y DEL SACRIFICIO

by - abril 29, 2021


Fuego ceremonial del Agni Hotra


 El ofrendar como excusa para desarrollar la sabiduría.

Muchas veces evitamos ofrendar lo que tenemos y lo que somos porque sentimos que no es suficiente para dar o porque tememos que al compartir vamos a perder lo que poseemos o incluso lo que somos. Creemos que para compartir debemos tener más, saber más, estar más preparados. Este tipo de pensamiento nos va llevando a una economía de la escasez, en la que todos tenemos que ahorrar, en la que nadie suelta lo que tiene, en la que nada circula, y como nada circula cada quien siente que necesita atesorar un poco más. Esto va generando un circuito de escasez.

Contraria a esta idea de escasez, está la idea de la ofrenda, del yajna. Al verlo todo como una ofrenda nos damos cuenta que la vida se expande. Esta idea es bastante contraria a nuestro ideal automático de querer fraccionar, poseer, de sentirnos dueños de las cosas, las personas, los momentos.


Sobre la acción como ofrenda


La acción de la ofrenda nos ayuda a volver al flujo natural de las cosas, permitiéndonos entender que en el fondo no podemos ser dueños de nada. Ese entendimiento es el que produce la sabiduría. Cuando, por ejemplo, ofrecemos nuestro alimento, cuando no  comemos solo por nosotros, sino por alguien más, o cuando no comemos, ofrendando ese momento de ayuno; o cuando ofrecemos nuestra respiración o lo que recibimos a través de los sentidos, nos damos cuenta de que nada de eso es solo para nosotros, que no podemos ser dueños de nada. Ese entendimiento nos permite reconfigurarnos, volver a nuestro estado natural, al estado natural de todo en el universo, en el que nada puede ser de nadie. Entendemos que todo es transitorio.


Con la ofrenda, así como con todas las prácticas, nos podemos quedar únicamente en el lado mecánico, olvidándonos de que el ritual es simplemente una excusa para recordar lo que sucede adentro. Los rituales los repetimos para que se instalen en nuestro subconsciente, para que en un momento dado se instalen en nosotros el donar, el compartir, el servir a los demás. El ritual si trasciende lo mecánico tiene el potencial de activar la sabiduría interna.


Considerando el sentido del karma, es bonito comenzar a hacer cada acción como ofrenda dedicándola a algo más grande que nosotros. Dejar de hacer las cosas solo por nosotros. Muchas veces el camino yoguico, por ejemplo, termina alimentado por la individualidad. Es posible que al inicio nos levantemos a meditar para tener claridad y tranquilidad, lo que está bien por un tiempo, pero llega un momento en que debemos hacer las cosas por los demás. No solemos pensar en eso, pero nosotros estamos acá gracias a lo que hicieron otros que ya no están. Nuestras acciones y nuestra práctica debería servir de apoyo para que los que lleguen puedan también estar. De esa manera dejamos de creernos el centro y la acción del karma termina generando sabiduría.


La acción de la ofrenda termina activando el principio del despertar espiritual. Cuando nos desapegamos, encontramos que podemos ser útiles a los demás, y dejamos de pensar sólo en nosotros mismos. Tratamos de hacer que cada acción sea una bendición, una oración, una ofrenda. Comienza de esta manera a despertar la sabiduría de trascender la individualidad que es uno de los propósitos del yoga. Desconectar ese pequeño yo, quitarle fuerza para conectarnos con ese gran yo, ese gran yo del todos nosotros, ese gran yo del colectivo humano, y esa es la apuesta que tiene el sentido de la ofrenda.


Sobre el pranayama como ofrenda


El pranayama abre la puerta de la meditación cuando logramos sintonizarnos con el fluir del prana y del apana, que se convierten en puertos de anclaje de la atención para desarrollar estados de meditación. Este fluir de inhalar y  exhalar, de contraer y expandir, de ascender y descender, está sucediendo constantemente, pero no siempre somos conscientes de él. Lo primero que debemos hacer es renaturalizar ese fluir y nuestra relación con ese circuito respiratorio, que se ha ido perdiendo al hacerse cada vez más artificial nuestra vida. 


La respiración tiene una dirección física y una energética. La dirección física intenta llevar el aire hacia abajo en la inhalación y hacia arriba en la exhalación. Gran parte del trabajo o por lo menos el trabajo inicial de la práctica nos debe conducir a descender con la inhalación para llenar al máximo y aprender a subir con la exhalación para soltar. Todo esto sucede en los niveles más densos. En el lado sutil, este fluir se da de forma contraria. Esto tiene que ver con que el prana, que es quien rige la inhalación, es ascendente, nos eleva, y el apana, que rige la exhalación, es descendente, nos permite volver a la tierra. Apoyándonos en este último circuito, de inhalar ascendiendo y exhalar descendiendo, volvemos a sentir la dirección energética, a renaturalizarla y conectar con ella. 


Con la práctica del pranayama lo que se hace es encontrar esa dirección descendente y ascendente de la respiración para luego invertirla. Se genera una inhalación que asciende y una exhalación que desciende. Cuando además de renaturalizar nuestros ciclos respiratorios y sintonizarnos con ese fluir energético, convertimos cada inhalación y cada exhalación en un ofrenda, nos sintonizamos con el fluir de la energía dándonos cuenta cómo funciona todo en el universo. En ese momento dejamos de ascender y descender, nos replegamos hacia el centro y nos expandimos desde el centro. Al sintonizarnos con el fluir del universo eliminamos el ruido de todo lo que no nos permite ir en direcciones distintas, para poder desarrollar la sabiduría de movernos como todo en el universo. La tecnología del pranayama está en función de equilibrar el flujo del prana y del apana para luego dirigirlos, potenciar la energía y luego expandirla.


Interpretación del sacrificio


La religión nos ha enseñado una idea de sacrificio relacionada con la penitencia y el dolor. Un sacrificio que se asemeja al que hacen los faquires o al que hacen los yoguis que ayunan por semanas enteras encerrados en una cueva o los que dejan de hablar durante años. Con este tema pasa como con los rituales, podemos quedarnos en el lado externo. Quedarnos alargando el ayuno o sacrificando la palabra y volviéndola silencio, pero esto solo es una excusa para desarrollar el sacrificio interno. El sacrificio así como el ritual no es nada por sí mismo, es solo una preparación, una adaptación para que algo suceda adentro, o para entender lo que pasa adentro. 


El sentido del sacrificio, desde el lado yoguico, tiene que ver con lo que utilizo para alimentar lo sutil. La dirección de los sentidos siempre está hacia el afuera, percibiendo y captando todo. Lo que se busca es conectar los sentidos con el adentro. Sacrificar los sentidos por medio del pratiajara. De esa manera estoy ofrendando algo que está sucediendo siempre para entregarlo por algo más grande, más sublime, más trascendente. Sacrificamos el movimiento para encontrar quietud. Sacrificamos el aliento, y dejamos de respirar automáticamente para darle dirección a la respiración. Sacrificamos los sentidos; las fluctuaciones mentales; la dispersión de la mente; los vrittis; los automatismos al comportarnos, movernos, respirar. Todo eso para producir algo que nos permita unificarnos, y conectarnos con los demás. El sacrificio entendido de esta manera deja de ser tortura.


La palabra sacrificio viene del latín sacrifico, palabra a su vez formada por las raíces sacer- que siginifica sacro o sagrado, y la raíz -fico que se refiere a la acción de hacer como tal. Por lo tanto la palabra sacrificio, desde su etimología, puede entenderse como hacer lo sagrado. Lo que hace que algo sea sagrado es que está dedicado a algo más grande que nosotros mismos. Que las acciones nos trasciendan, que estemos en función de otros para convertir así cada acción en sagrada. Dejar de ver el sacrificio como una tortura y reencontrarse con lo bello de respirar por otros; de comer un poco menos hoy y dedicar ese vacío en el estómago por alguien más. Dejar de estudiar para nosotros mismos y por nuestros logros personales, y hacerlo para compartir con otros. Dejar de ser el pequeño yo y convertirnos en el gran yo. 


Sintonizarnos con la sabiduría de la conexión con otros. La sabiduría entendida como acción y no como simple conocimiento teórico. Una sabiduría que no cae en el intelectualismo, en el que suele caer toda nuestra perspectiva occidental. La búsqueda más allá de entender tiene que ver con vivir, cuando se vive se sabe. Cuando solo sabemos desde los conceptos terminamos más fragmentados. El mundo y la vida no son para entenderlo y categorizarlos; esto aunque puede ser útil en un momento, con el tiempo se hace necesario desprenderse de todo eso y simplemente dedicarse a vivir. Volver a lo simple, a la cercanía con la fuente, a lo cotidiano.


Sembrado por Elisa Ochoa y Esteban Augusto (Tomado del los diálogos de grupo de estudio de la Bhagavad Gita)


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