Una de las formas clásicas de desarrollar la sabiduría, es entregarse al gurú, servirle a él, dedicarse a escuchar sus respuestas. Esta idea ha dado orden a la estructura monástica presente en la India pero cuando se entiende que el gurú contempla muchos niveles, nos damos cuenta que el gurú no es un sujeto barbado, bonachón, envuelto en una tela, que le pone nombres espirituales a la gente o que se sabe los libros de memoria. Cuando nos alejamos de esa idea, nos damos cuenta que el gurú es la sabiduría interna, que esa persona que está ahí, es sólo es una excusa para que se despierte la propia sabiduría, y que el verdadero maestro no contesta preguntas, sino que ayuda a que cada quien encuentre sus propias respuestas.

Comprender esto nos lleva a entender que entregarse al gurú es dedicarnos a servirle a nuestra propia sabiduría interna, entendemos que necesitamos escuchar nuestra intuición que es la que siempre tiene las respuestas, que tenemos que entregarnos a ella y servirle. Para poder servirle a algo tenemos que tener un vínculo con ese algo, conocerlo. Debemos por tanto trabajar en conocer nuestra intuición, dedicarnos a afinar las preguntas para escuchar mejores respuestas. Aunque el gurú  no es el sujeto, el sujeto se convierte en la excusa para desarrollar la intuición y la sabiduría, en la excusa para que nos acerquemos a ellas.