Desde pequeños nos meten en la cabeza la idea que tenemos que ganarnos la vida, que debemos dedicar la mayor parte del tiempo que vivimos a ganarnos el sustento, lo cual básicamente lo hacemos sacrificando nuestro tiempo a expensas de obtener algo de dinero, y nos enseñan que si no lo hacemos, no tendremos una vida que valga la pena ser vivida. Por ello las generaciones anteriores se dedicaban a venderse ante otros que los explotaran, y a las generaciones actuales nos estimulan para que seamos nuestros propios explotadores.
Esta es una idea que puede parecer fuerte, pero que veo claramente en muchos de mis amigos y colegas profesores de yoga, que en una época como esta se han visto confrontados a venderse de formas que antes ni siquiera imaginaban, y como muchos me lo han manifestado, que en esto de “reinventarse” se sienten traicionándose a sí mismos, y cada vez más intoxicados por el afán de querer ser más rentables, más novedosos, y por diferenciarse de los demás, pero aunque sientan que una parte adentro de sí mismos está siendo sepultada, se ven en la obligación de seguir haciéndolo porque decidieron derivar sus sustento de la enseñanza, y porque están apegados a un costo de vida bastante elevado, del que temen salirse.
Con ello ante una situación como esta, que cada día sea agudiza más, me gusta recordar algo que vengo diciendo hace más de una década, y es que si un profesor deriva su sustento de la enseñanza, cuando enseña no está haciéndolo por deleite de la enseñanza, ni por gratificación que le produce acompañar a otros en su camino, sino que lo hace por mantener su estilo de vida, y cada estudiante deja de ser un compañero del camino con quien aprender mientras se enseña, para verlo como un cliente que simplemente representa un poco más de efectivo para el sustento diario en su proceso sostener su nivel de endeudamiento.
Como un antídoto para ello me gusta recordar dos elementos básicos de las tradiciones místicas: En primer lugar esta el principio de los sabios sufíes que dice que todas sus enseñanzas no pueden ser cobradas, porque el amor que ellos se encargan de compartir no tiene precio, y que aunque sean místicos deben aprender a derivar sus sustento de otras labores, para evitar convertirse mercaderes de la espiritualidad. Como segundo esta el recordar que uno de los grandes aprendizajes que quedaban del dedicarse unos años a una vida monástica era aprender a vivir con poco, ya que con esto uno podría reconocer el valor de lo que es verdaderamente esencial.
Pero lo que pasa hoy en día, es que muchos de los que se dedican a la enseñanza no lo hacen por compartir ese “amor” que han experimentado adentro, sino que lo hacen por beneficiar sus propios bolsillos, y esperan que la enseñanza les permita sostener un estilo de vida hiperinflado en donde palabras como lo mínimo o lo esencial se han desdibujado completamente.
Ante ello aparte de hacer un llamado a reconfigurar la motivación a la enseñanza y el estilo de vida que esperamos sostener, está el recordar un elemento fundamental del camino místico, y es el aprender a “vivir de la caridad” y cuando digo esto pareciera que me refiero a que el profesor de yoga debería volverse una especie de mendigo, lo cual no dista mucho de las ideas de los monjes errantes, o de los sufis que literalmente se traducen como “pobres”, pero esta falta de aspiraciones o de posesiones no es a lo que me refiero con caridad, sino más bien a que vivir de la caridad, es vivir cada día de la vida dedicado a la caridad, no a la lástima por los otros, sino a sostener el profundo impulso de servir, de acompañar, y de amar a todos aquellos que nos rodeen, y he comprendido que cuando uno vive y obra desde ahí, se logra empobrecer la ambición para dejar que sea nuestra sabiduría interna la que nos guíe, y sea la alegría de nuestro corazón la que nos llene.
En el camino me he encontrado con muchas personas que me han permitido evidenciar esto, porque he visto como aquellos que enseñan abiertamente todo lo que saben siempre esta rebosante de estudiantes, y sus arcas siempre tienen lo suficiente, mientras que el que se dedica a enseñar por migajas, esperando enriquecerse o librar las inversiones que hizo en los cursos, termina preso en ver a todos bajo el signo pesos, y nunca nada le será suficiente.
Si estas palabras resonaron en ti, te invito a que vivas de la caridad, a que redescubras el valor de lo esencial, y a que si enseñas, te dediques a ver a cada uno de tus estudiantes, no como clientes, sino como compañeros del camino, porque al verlos así es más fácil enseñar desde corazón, y el corazón no esta evaluando la rentabilidad de sus latidos, sino que simplemente lo late por el placer de estar vivo, así que si enseñas, no lo hagas por recibir unas migajas de monedas, hazlo para declarar la abundancia de la vida y por manifestar el placer de estar vivo.
Sembrado por Esteban Augusto (Junio 2020)
3 comentarios
Gracias!
ResponderEliminarMuy real lo que dices...me pone a pensar mucho.Gracias
ResponderEliminarGracias Esteban, esta fue una de las primeras reflexiones que hice al entrar en este aislamiento, antes de él me dedicaba a dar tantas clases como pudiera para sostener mis gastos, mis primeras clases fueron un aprendizaje maravilloso para mi y mis estudiantes, nos unimos corazón a corazón para caminar este hermoso proceso, pero luego, al convertirse en un negocio todo perdió esa luz, ya no era mi Dharma sino mi negocio, no era mi servicio amoroso y desinteresado sino un acto con ánimo de lucro :(. Todo lo que estamos pasando como humanidad me introdujo en profundas reflexiones esta entre ellas, poco a poco aprendo a vivir con lo mínimo y poco a poco me recupero de las heridas que yo misma me causé para estar lista una vez más para servir para enseñar esto que transformó mi vida. ❤ Gracias!
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