Nos han eseñado que es importante vivir dejando huellas, incluso nos han dicho que nuestra vida se mide en las huellas que dejamos en el mundo o en las personas que nos rodean, pero a veces por ese afán de dejar huellas andamos pisando e incluso pisoteando a los demás para que nuestra huella quede bien marcada.
Por ese impulso de perpetuarnos y de ser recordados, terminamos alimentando nuestra importancia personal, a tal punto que solemos creernos el centro del mundo, y se nos olvida que simplemente somos parte del mundo, no sus dueños, ni sus creadores.
Como antídoto para contrarrestar este impulso socialmete transmitido, está el aprender a caminar ligero, sin deja huellas, tal con el ave que no se esfuerza en dejar un rastro por donde ha volado. Caminar ligero es vivir sin pretender marcar a nada ni a nadie, sin pretender ser recordado. Y una de las formas más geniales de practicarlo comienza desde el aprender caminar por la vida como si quiséramos besar el suelo que pisamos con nuestros pies, y así ampliar ese aprendizaje para que en cada situación que transitemos y con cada persona que nos encontremos nuestros pasos se dediquen a sembrar dulzura y cariño.
Sembrado por Esteban Augusto (Julio 2020)
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