Pero es fundamental reconocer que no vivimos ni contamos las historias para enaltecer ni perpetuar nuestro recorrido o el recorrido de otros, sino para encontrarnos con nuestros hermanos, para sentirnos parte del mismo cuento del estar vivos, y para reconocer todo aquello que tenemos en común con nuestros semejantes.

Y lo que sucede, es que a cada paso que damos, en cada encuentro que tenemos, vamos creando la historia, vamos tejiéndonos con las otras historias de los demás, y vamos reconociendo que somos lo que somos en la medida que nos dejamos transformar por todo aquello que nos pasa mientras nos dedicamos a vivir.

Pero resulta fundamental reconocer que no somos los protagonistas de la historia, porque el universo no gira alrededor nuestro, tan sólo somos personajes que interactúan entre sí, que comparten el camino, pero a la vez son conscientes de la finitud de su papel en esta gran historia.

Que las historias que vivamos, y que las historias que compartamos no sean para alcanzar el reconocimiento ni la perpetuidad, sino para manifestar la Vida que somos, que aprendamos a vivir sin atarnos a los papeles que actuamos, y a reconocer que nuestras historias son simplemente unos cuantos párrafos en la gran historia de la Vida, de la cual somos parte.