Hace años, todas las panaderías que visitaba servían sus productos en cestas, y había una gran cantidad de artesanos que derivaban su vida y su sustento de producirlas, pero desde hace algún tiempo las prohibieron, argumentando razones de salubridad. Con ello los recipientes pasaron a ser de plástico, y todos aquellos artesanos tuvieron que encontrar otras formas de sobrevivir. Muchos agradecieron por pensar en la salud de los humanos, pero casi nadie se preguntó por el impacto que tendría este tipo de cambio a la salud del planeta, de hecho hasta argumentaban que era mucho más ecológico dejar de cortar bejucos y trenzarnos, viendo que el plástico era mucho más barato, aséptico y fácil de producir.
Con el paso de unas cuantas décadas, el oficio de cestero, y las cestas en sí mismas quedaron casi que en vía de extinción, y ahí es donde unos cuantos sujetos, vieron la oportunidad de explotar la necesidad y hacer de las cestas un articulo de lujo, artesanías hechas a mano por personajes exóticos, vendidas a precios exorbitantes, y empleadas en lugares exclusivos, y a quienes las hacían se les pagaba solamente como un favor por no dejarlos morir de hambre, hasta que aquellos explotadores de oportunidades lograron aprender el oficio de trenzar el mimbre, para así quedarse incluso con las ganancias de los artesanos y contar con el monopolio de su producción, elevando mucho más los precios y con ello sus ganancias.
Pero este no es un caso curioso y aislado, porque si ampliamos el espectro de nuestra visión, podemos ver que ese mismo patrón se repite constantemente en un montón de oficios y de modos de vida, es un patrón de despojo y apropiación, mediante el cual desvalorizan algo tildándolo de paupérrimo, poco saludable, improductivo, entre otras denominaciones, para luego coaptarlo y empezar a ofrecerlo como un marcador de abolengo y estatus, y así algo que era común y cotidiano termina siendo casi que inalcanzable incluso para quienes se dedicaban a ello.
Para revisar el patrón, nos es sino explorar unos cuantos ejemplos. Con una dinámica muy parecida están la herbolaria y la partería, eran oficios muy valorados antaño, antes todos nacíamos en casa y nos curábamos usando plantas, pero luego dedicaron a denigrar de estos saberes, a tildarlos de poco efectivos, de riesgosos, incluso de brujerías, y prohibiendo su práctica fueron desmontándolos, pero ahora que han accedido a las patentes y las regulaciones reviven en forma de costosos cursos y procedimientos accesibles sólo para unos cuantos.
El vivir en el campo, y el tener tiempo libre, pasaron por algo parecido. La ruralidad la convirtieron en sinónimo de decadencia, y tener tiempo libre en improductividad, así sacaron a mucha gente del campo, quitándoles las tierras, y dándoles a cambio la esperanza de una vida más próspera en las urbes. Y al ocio que antes era disfrute lo volvieron algo a evitar, llenándole así la agenda a las personas, para librarles del mal de andar desocupados. Y ahora los pocos que tienen tiempo libre para estar en el campo son aquellos que habitan en una burbuja de privilegios.
A algunas formas de relacionarse con la vida, como el budismo y el estoicismo, les pasó algo parecido, las atacaron desde múltiples ángulos queriéndoles desmontar sus argumentos, tildándolos de anticuados y de desconectados de la realidad, hasta que pudieron crear sus propios productos con grandes rentabilidades y dedicados sólo para las elites, despojando a los antiguos prácticantes de la potestad para compartir lo que hacían, y según estas dinámicas, ahora los monjes así lleven toda la vida meditando, ya no meditan porque no han hecho el curso de no-se-cuántas horas certificado por no-se-qué institución internacional que se acabaron de inventar, y que existe porque lo avala una página en la internet, y se nos olvidó que el filósofo no es que el lee libros de de autores rimbonbantes y recita de memoria los grandes eruditos del pasado, sino el que vive de acuerdo a los principios de amor y la sabiduría.
Pero hay un giro más en la instalación de todo este patron, y es que lo que antes era un marcador de privilegio, para seguir produciendo ganancias debe abrir nuevos mercados, y ahí es donde comienzan a masificar todo esto, siempre y cuando sirva para perpetuar el mismo sistema. Entonces vuelven las cestas a los mercados, pero fabricadas al otro lado del océano, vuelve el tiempo libre pero en forma de tiempo para consumir o ser consumido por las pantallas, se induce a la gente a meditar pero para que sea más productiva, o se le incita a que adopte los principios de estoicismo para que acepte sin cuestionar todo lo que le están haciendo tragar. y es curioso ver como en estos últimos, lograron hacer de la aspiración a al liberación una forma más de esclavitud.
¿y ahora?
¿será muy exagerado esto que estoy diciendo?
O
¿será una visión que no estamos dispuestos a aceptar, porque de alguna manera u otra somos parte de los que replicamos este patrón?
Sembrado por Esteban Augusto (mayo del 2025)