Cuento 14.
EL PLANETA DE LOS CARRUAJES.
En un lejano lugar de este inmenso universo existía un curioso planeta donde sus habitantes no andaban, aunque tenían piernas y un cuerpo normal de ser humano, siempre iban tranquilamente sentados en su carruaje de caballos.
En este diminuto punto azul, pues estaba formado en su mayoría por agua, contaba la leyenda que en la cima del monte Kailash, la montaña más grande e imponente de este planeta, se encontraba un maravilloso secreto.
Este secreto había existido desde hacía millones, y millones de años y habían sido muchos los hombres que se aventuraron a descubrirlo, pero no todos lo lograron con éxito. Tan importante se decía que era descubrir este misterioso secreto, que algunas personas dedicaban la vida entera a su búsqueda.
Se dice, que quien lo descubría, inmediatamente desaparecía. Pero desaparecía de una manera muy especial. Al igual que un camaleón puede tomar el color de la superficie sobre la que se encuentra, quien conectaba con este secreto, podía serlo todo: una piedra, un árbol, un perro, una montaña, un volcán, una nube o todo el firmamento. Era un poder especial que además permitía conocer a todos y a todo. Facilitaba entender y comunicarse con los animales, árboles, plantas y otros seres. Descifrar los mensajes de la tierra, estrellas y todos los planetas del universo entero.
¿Os gustaría saber cómo eran los carruajes de este planeta de buscadores?
El carruaje estaba tirado por 5 caballos, los cuales estaban impulsados por el deseo de alimentarse, ya fuera pastando algo de hierba, comiendo fruta, verduras o algo de cuido. Y por el deseo de encontrar una bonita yegua con la que mantener relaciones sexuales y tener preciosos potrillos. Los 5 caballos eran llevados por un cochero, el cual tenía la capacidad de decidir cuál era el mejor trayecto, la carretera mejor asfaltada y con menos curvas. Sin embargo, en muchas ocasiones, parecía olvidar estas habilidades y metía al carruaje por caminos llennos de barro, piedras y otros muchos incomodos obstáculos. A veces estás problemáticas carreteras hacían que el carruaje se rompiera y demorara mucho su viaje.
En realidad el cochero no podía hacer mucho, estaba limitado hasta cierto punto, pues no conocía la ruta secreta hasta el tesoro. Solo cuando la persona que siempre había ido atrás tranquilamente sentada le revelaba esa información, el carruaje, con el caballo y cochero podían aventurarse hasta la cima del monte Kailash. Allí, y sin hacer el mínimo esfuerzo, pareciera que atraído e imantado por el néctar de las frutas de un mágico árbol, la persona las probaba y el secreto le era inmediatamente revelado.
El tesoro les brindaba el poder de desaparecer y como decíamos antes, conocer y ser todo y nada al mismo tiempo. Ese, era el gran secreto anhelado por esos ávidos buscadores y exploradores de este diminuto punto azul perdido en la inmensidad de la nada o puede, que del todo.
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