LA REVOLUCIÓN DE LOS YOGUIS PACIFISTAS

by - mayo 02, 2020



 Hace algunos días una amiga me dijo que “todos los pacifistas no somos más que cómplices de la violencia que el estado ejerce sobre los menos favorecidos”. Se refería a una situación que sucedió en la ciudad de Medellín aquel día y en la que, por identificarme a mí como un “yogui pacifista” que no reaccionaba de la misma manera que ella, me veía prácticamente como un alimentador de la violencia que se estaba ejerciendo. 

 Lo único que hice en ese momento fue inventarme algún chascarrillo para que ella pudiera ampliar la mirada sobre lo que entendía por paz, violencia y libertad, pero como cosa rara las ideas con el tiempo se van asentando y hoy me propongo compartir un poco sobre estas visiones, recordando el poder transformador de la paz, en el que confío cien por ciento y del que he aprendido con muchos ejemplos de pacifistas invisibles que han sido parte de una revolución silenciosa y que está rodando hace muchos años. Aunque no pueda ofrecer los nombres de todos ellos, dedicaré los siguientes párrafos en su honor, con la esperanza que las vivencias de estos cinco personajes nos sigan llenando de inspiración. 

 La primera de estas historias es la de una mujer, que llamaré la yogui, que en un solo día acabó con muchos años de dictadura de un país en Latinoamérica. Ella lo único que hizo fue disponerse a sí misma y entregarse durante muchos años a la práctica y la enseñanza, y un día, en uno de tantos países que recorrió, tuvo la posibilidad de hablar con un personaje que se abrió ante ella y le contó muchas de las cosas que estaban mal en el gobierno de su país. Ella le recomendó que hiciera lo que liberara a más personas del sufrimiento. Esta respuesta podría parecer muy simple, superflua y hasta ingenua, pero eso que dijo ella, y la forma como lo dijo, fue lo que armó de valor a ese sujeto, que no era nada más que el segundo militar al mando del país, para que juntara todo lo necesario y diera los pasos necesarios para finalizar varios años de un régimen violento del que él mismo había hecho parte. 

 Entonces ¿Cuál es la magia de este mensaje? ¿Qué es eso tan impactante que ella logró hacer en medio de su pacifismo? Pues el simple acto de hacer lo menos posible, de dejar de pretender, y de solo aprender a escuchar. De seguro esta persona vio pasar de largo muchos actos de violencia ante los que no se pronunció, pero en esos mismos años fue armándose a sí misma, nutriéndose a sí misma del practicar, a tal punto que sus palabras estaban cargadas de todo lo que había vivido, y en virtud de su facultad de estar dispuesta, logró estar ahí para escuchar en el momento justo, a la persona adecuada, y darle unas palabras que lograran cambiar el rumbo de toda una nación. Eso es, lo que a mi entender, se puede construir desde la paz, no tanto preparar una gran parafernalia para impactar a todos, sino estar dispuesto, ser receptivo, para en el momento justo y ante la persona justa (que pueden ser todas las personas con las que nos encontremos), contribuir sembrando una idea que esté cargada con nuestra propia experiencia, y desde ahí invitar a que un cambio se germine. 

 La segunda de estas historias involucra a dos personas que nacieron a miles de kilómetros y con décadas de diferencia, y que también reflejan parte de la lucha pacífica. Ambos personajes tienen en común el hecho de haber nacido con cierta abundancia económica y de haber sido enviados a formarse en el extranjero. El primero de ellos, a quien llamaré ahora como el viejo, al retornar a su país decidió enrolarse en la lucha armada por liberar a su nación de una tiranía que la oprimía, y en un punto de la lucha cayó preso. En sus momentos de aislamiento como preso político, en medio de la soledad y la confusión, tuvo la posibilidad de sumergirse en eso que llamamos meditación. Salió de la cárcel con el firme propósito de mantenerse en la lucha, pero ahora en una lucha por crear un mundo nuevo, abogando por que cada ser humano tuviera a la mano la facilidad de todas estas técnicas para conectarse con lo sagrado, que es la vida misma, que todos llevamos dentro. 

 El segundo de ellos, a quien llamaré el joven, al retornar a su país también decidió tomar las armas y sumarse a una guerra contra un estado que, por aquella época, se dedicaba a ignorar las necesidades de su pueblo. En medio de todos los horrores de la guerra, el joven logró experimentar en carne propia el poder destructivo del ser humano, pero también logró conocerse a sí mismo, tan a fondo, como para darse cuenta que toda la ira y que todo el deseo de destrucción que tenía no eran más que su propio impulso de servicio por la humanidad disfrazado de ignorancia, y con este entendimiento se dedicó a refinarse a sí mismo, encontrando en el yoga una herramienta para transformarse interiormente y para servir a los demás. 

 Si alguno de sus antiguos compañeros de armas viera a estos dos, no los reconocería, ni le daría crédito a su mensaje pacífico, pero la magia de la guerra, tal como la de la crisis, es que tiene la facultad de acelerar los procesos internos y, como en estos casos, hacerse más conscientes de sus propias búsquedas, de sus propias oscuridades y de sus propias sensibilidades. Por eso cada una de las batallas que libraron, les llevó: al viejo a consolidar una gran organización que durante años ha inspirado a muchas personas a vivir, pero sobre todo a convivir desde la armonía. Y al joven, a recorrer durante muchos años el mundo, compartiendo su facultad de renovar estas enseñanzas, pero sobre todo compartiendo la inspiración sobre la transformación que da cuenta en su vida diaria. 

 Y no es que sean simples historias de cómo con la meditación le quitamos combatientes a la guerra, las traigo a colación para ampliar un poco la perspectiva, para poder comprender que la guerra también tiene sus aprendizajes, y entregarnos a ella puede ser una forma de acelerar los procesos, pero que parte de sus grandes enseñanzas está en aprender que la batalla más grande que tenemos que librar, es la batalla interna por encontrar nuestra propia claridad, y que en ese camino de refinarnos, la magia de la vida siempre nos conduce a encontrar ese lugar en el cual podemos servir y amar a los demás. 

 Un cuarto personaje para estas historias sobre yoguis de paz, es alguien a quien llamaré el orador, porque lo único que hizo fue hablar, hablar sobre el amor, hablar sobre la libertad, hablar sobre tantas otras cosas, pero lo lindo de su historia, es que aunque dos guerras mundiales pasaron en frente suyo (y otras más por el camino) y podría decirse que nunca hizo nada contra ellas, lo que sí hizo fue mantener sus actos a la altura de sus palabras, y con ello se recorrió muchos auditorios, en una época en la que no había Instagram, ni Zoom, ni estas cosas para llegar a tantas personas, y se dedicó hasta sus últimos días a hablar con cientos de miles de personas, haciendo uno de los actos más pacíficos por excelencia, que es el de no dividir. 

 La forma como lo hizo fue la de no crear más barreras, ni más organizaciones, y en su coherencia de no crear más “ismos” logró impactar tanto a la mujer yogui de la primera historia como a muchos miembros de la generación precedente a la nuestra para que entendieran, pero sobre todo para que vivieran, el amor como esa gran revolución que está más allá de toda división, de toda creencia, de todo interés de poseer o de ser poseído, o de depender o generar dependencia, y con esa visión del amor omniabarcante apoyarse para una nueva forma de entender nuestro vivir pacífico en el mundo. 

Hay una historia más, que involucra al quinto personaje, a alguien a quien llamaré la dama, quien siendo muy joven dedicaba su vida a la asistencia de comunidades menos favorecidas de una pequeña ciudad en América Latina, y cuando tuvo la posibilidad de encontrarse con uno de esos maestros de Yoga muy populares de su época, que recorrían el mundo compartiendo sus enseñanzas, le increpó diciéndole que “la labor de los yoguis no le interesaba, porque cuando los yoguis se iluminaban dejaban de luchar por las causas sociales”, a lo que recibió la siguiente respuesta de susodicho maestro “El ser humano que le ayuda al otro ser humano a encontrarse consigo mismo, con su ser interior, le está haciendo la mayor contribución a la humanidad”. Dicha respuesta desinflamó los ánimos inquisidores de la dama, quien desde ese momento se dedicó a buscarse a sí misma, y acompañar a muchas personas durante décadas en ese proceso de conocimiento interior, demostrándonos que hay más de una forma de contribuir a disminuir el sufrimiento propio y de las personas alrededor, pero sobre todo que hay múltiples formas de proponer la construcción de un otro mundo posible. 

 Ahora bien, todas estas historias que de alguna manera he podido recopilar, algunas de primera mano de quienes las vivieron, han alimentado mi concepción sobre lo que implica actuar desde la paz, y me han ayudado a direccionar mi brújula interior para elegir siempre el camino de la paz, y para comprender que ser un yogui pacifista, es simplemente ser un humano que dedica cada una de sus respiraciones a vivir desde la coherencia, a estar dispuesto a servir y a inspirar en todo momento, a librar su batalla interior desde la sabiduría, y a recordar el camino de unión con su interior, en donde, desde el corazón de la vida, se puede comprender la sintonía que existe entre su mundo interno y el mundo externo. 

 Aunque pareciera que un personaje con estas características tiene muy pocas capacidades de hacer grandes transformaciones en el mundo, cabe recordar que esta revolución pacífica, es una revolución de las pequeñas cosas, y que así como lo demostraron todos los personajes citados, desde los pequeños actos de nuestra vida, podemos sembrar un cambio que comienza desde adentro pero que crece como una espiral hasta lograr contribuir a la transformación del mundo del que somos parte. 

Me gustaría agregar que si lo que queremos es crear un nuevo mundo, éste debe ser construido desde principios que integren y edifiquen, y que no sean sólo una reacción ante las circunstancias actuales, porque sumarle más guerra a este mundo, reaccionando desde la violencia y desde la división, es el camino más fácil y también el más cobarde, porque llevamos siglos recorriendo ese camino de la reacción, y es más fácil actuar según los comportamientos heredados, pero no siento que ese sea el más sensato. Pero el sembrar amor en medio de la guerra, el sembrar esperanza en medio del caos, eso sí es para valientes, esos valientes que podrían ser llamados yoguis de paz, de los cuales siempre han habido más de los que nos imaginamos, y ellos son los héroes de esta revolución pacífica y silenciosa que está sumando a la construcción de un mundo nuevo.

Foto tomada en la Yogatón en la manifestación del 21N, Medellín, Colombia.

 Y aunque soy un convencido de que es necesaria una revolución que denuncie todas las injusticias y que desarme las causas del sufrimiento, sé que la mejor forma de contribuir a la humanidad no es tanto cambiar las condiciones externas, sino incentivar una verdadera revolución interior, porque sé que todas las batallas que libramos afuera no son más que un reflejo de esa gran lucha que ocurre en nosotros todos los días. Además he comprendido que no hay acto más revolucionario que ser luz para los demás en medio de tanta oscuridad, y confío en una revolución que incluye, que suma, que inspira, y que deja de lado la reacción para dedicarse a cultivar amor, y el amor para mi no es más que la paz en movimiento.

Sembrado por Esteban Augusto (Mayo 2020)

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2 comentarios

  1. Ghandi quizás fue un karma yoguí...
    Se dice que Jesús fue otra flor o joya de la yoga

    Otros ejemplos, como quizás algunos líderes sociales, otros líderes y pacifistas silenciosos no se postean ni exhiben sus cuerpos para demostrar lo dulces y bien intencionados que son... Las falacias pre-trans y el materialismo espiritual son delicados temas en los senderos de "los buscadores espirituales", ahí hemos de tener mucho cuidado...

    De lo contrario seremos como niños que ponen la capa de super héroe como mat o como tapa ojos y oídos de la injusticia social de la que formamos parte...

    Que la yoga y nuestras artesanías de la vida cotidiana sean parte de las posturas y sonrisas de este gran cuerpo, un cuerpo que tambien es territorio, país y globo.

    Gracias por lo compartido Esteban

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    1. Que grato leerte mi hermano leo, y entender en tus palabras a donde te ha llevado tu caminar. Un abrazo.

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