Puede que se lea como una sentencia fuerte y sin sentido, porque algunos podrían decir que los profesores de yoga son los que están contribuyendo a discipar y gestionar todo el estrés, la ansiedad y la depresión en un momento como este. Pero cuando me refiero a que se necesitan menos profesores, me refiero a los dos tipos de profesores que pululan hoy en día: los profesores de papel, que creen que un papel firmado de X o Y institución los hace profesores; y los profesores de las redes, que anuncian sus vidas perfectas para tener más seguidores. Pero a ambos tipos usualmente se les olvida que lo que se comparte con yoga es mucho mas que posturas y cuerpos “perfectos”.

Igual también he podido entender que muchos de estos profes simplemente han sido victimas de los mercaderes del yoga, que con sus múltiples cursos y certificaciones les vendieron la idea que la mejor forma de cumplir su propósito en la vida era dando clases, y desde ahí se montaron en una película de exhibirse para poder enseñar y de cobrar para librar las inversiones que hicieron en los cursos, haciendo que la enseñanza de yoga sea un escampadero para muchos que no han decidido afrontar su vida.

A estos profes en su proceso de formación, seguramente no les dijeron que para poder enseñar algo, hay que pasarlo por la experiencia, y que a esta experiencia no se llega en unos mesecitos de curso. Pero sobre todo no les dijeron que yoga no era algo para evadir la vida cotidiana, sino para aprender a asumir y resignificar cada instante, y no solo cuando nos ponemos el traje de profesor o cuando estamos frente a las camaras. Porque para enseñar yoga hay que estar muy enraizado en la práctica pero sobre todo estar enraizado en nuestra vida diaria.

Por todo esto es me gusta decir que el mundo ya no necesita tantos profesores de yoga, pero sí necesita más practicantes sensatos, que desde los diferentes lugares, empleos y pocisiones que ocupemos en la sociedad podamos dedicarnos en la cotidianidad a irradiarnos e inspirarnos los unos a los otros.