Desde que como humanos nos relacionamos con el fuego, hicimos un vínculo con él que ha trascendido generaciones y culturas, a tal punto que el fuego siempre nos invita a congregarnos y a compartir, pero sobre todo a recordar nuestro estado de unidad.
Dicen que cuando acompañamos al fuego hasta que se repliega en sus brasas, y nos quedamos absortos contemplándolas, podemos aprender a respirar con ellas, y con esta respiración conjunta nuestro corazón, que también es calor y vida, se disuelve en el crujir de los leños de los que emanan calor. Y de este vínculo entre nuestro corazón y las brasas podemos expandirnos hasta sintonizarnos con el corazón de la tierra, incluso con el corazón del sol, ya que estos también son fuente de calor de vida.
Y de esta forma el fuego se puede convertir en un puente que nos recuerda que todo esta conectado:
nuestro corazón, las brasas, el corazón del planeta, el sol, ya que todas son expresiones (a modo de fractales) del Corazón de la Vida del cual todos somos parte.
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Sembrado por Esteban Augusto (Agosto 2020)
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