Ello detonó una linda reflexión sobre como hemos construido nuestra civilización creyendo que con nuestra voluntad podemos moldear todo de acuerdo a nuestros intereses. Y por este mal uso que le damos a la voluntad es que terminamos frustrándonos cuando las cosas no suceden de acuerdo a nuestra intencionalidad.

Y ante la pregunta, conversábamos que cuando la voluntad nos es suficiente, toca echar mano de las fuerzas que son más grandes y más poderosas que ella. Pero entoces nos preguntamos ¿qué es más grande que nuestra voluntad individual? Y como respuesta surgieron tres opciones.

La primera es la voluntad colectiva, esa sinergia que coocreación humana en la cual el todo es mucho más que la suma de las partes.

Como segunda está la fuerza de la vida, que es ese impulso receptivo y maternal que viene de la tierra que siempre está ahí para soportarnos y para alimentarnos.

Y como tercera está la fuerza de retornar la fuente, de reencontrarnos con el origen, con lo supremo de lo cual emanamos, y este impulso de retorno guía silenciosamente cada uno de nuestros pasos.

Por esto es que resulta importante darle su lugar a la voluntad, ya que durante una parte del camino la voluntad es esa gran fuerza que nos permite unificarnos con lo que somos, pero luego debemos despojarnos de ese sentido de voluntad individual porque su verdadero poder no está en imponerse, sino en rendirse, y cuando nuestra voluntad se rinde y nos apoyamos en la fuerza del colectivo humano, en la fuerza de la sabiduría del despliegue de la vida, y en la fuerza del impulso de reconección con lo supremo, ya no importa tanto lo que pretendamos o lo que aspiremos individualmente, porque es la sabiduría silenciosa de la vida misma la que nos sostiene y la que nos impulsa en cada respiración y en cada palpitar.