PROFESORES DE PAPEL

by - marzo 03, 2022

Hay algo un tanto ridículo y paradójico en ese interés de querer formar profesores de yoga en cursos de unas cuantas horas (200 según cierto estándar internacional), viendo que antaño los procesos formativos tomaban un tanto más de una década para formar un practicante autónomo, y luego más o menos el mismo tiempo para afinar cualidades y dedicarse a servir a los demás mediante la enseñanza, y hoy en día pretenden en unos cuantos meses, y otros incluso en unas cuantas semanas formar profesores “certificados” y “profesionales”.

Toda esa dinámica ha producido un impulso de consumo de profesorados de yoga a precios exorbitantes, y que están centrados en vaciarle a la gente un montón de información, dejando de lado la adaptación de la práctica personal y el acompañamiento humano a cada uno de los procesos individuales, volviendo a los estudiantes en clientes que solo son importantes mientras consuman.

Lo ridículo de esto se puede ver al poner la comparación con las artes marciales, imagina que para ser cinturón negro sólo tengas que tomar un curso de 200 horas (unos cuantos fines de semana), aprenderte unas cuantas cosas de memoria, y ya… aunque también las artes marciales han caído en estandarizaciones y mercantilismos que hacen desdibujar un poco este ejemplo, pero el punto es que para ocupar un lugar de la enseñanza se supone te has apropiado de la práctica a tal nivel que la expeles por todos los poros de la piel y encuentras que no puedes escapar del compartirla.

Lo paradójico está en pretender darle un estatus de académico a una disciplina que eminentemente experiencial, aunque un amigo decía que esto de ser un profesor de yoga era algo así como un doctorado, pero no como esos doctorados académicos donde se dedican a afinar un trabajo final que sea aprobado, y que después de la sustentación simplemente se dedican a ostentar el título, sino que la enseñanza de yoga vista como un doctorado, implica que a cada instante se está sustentando el título de profesor, porque es la propia práctica y la propia constancia en la enseñanza, la que hace que pueda sostenerse en esa posición, y eso de ser profesor no debería ser algo que termine inflando el ego, como suele pasar con los títulos académicos, sino que debería ser algo que nos recuerde la humildad que se desprende del reconocer que ser un profesor es ser un servidor en vez de ser una eminencia.

Lo que ha pasado con todo esto de los profesorados de yoga es que han creado fabricas de “profesores de papel” que creen que por contar con un papel específico con ciertos sellos y ciertas firmas ya son profesores, desconociendo que lo que nos hace maestros es nuestra propia práctica y nuestra capacidad de compartirla.

Por todo esto vale reconocer que los procesos formativos profundos, no se centran en la memorización de conceptos, sino en la comprensión de principios. No se dedican a la práctica de formas externos sino a la exploración de las diferentes dimensiones de la consciencia. No pretenden homogeneizar ni estandarizar, sino que se centran en los procesos humanos e individuales, y son una invitación a que la práctica de yoga sea una EXPERIENCIA en vez de un concepto, y permiten que la experiencia madure hasta que sea una VIVENCIA, es decir que permee todas las dimensiones de la vida, y que la vivencia madure hasta sea ENSEÑANZA, pero no una enseñanza basada en la repetición de formulas estandarizadas (puro copie y pegue) sino una enseñanza desde el ejemplo cotidiano y la inspiración constante para compartir en el mundo todo aquello que se ha desarrollado adentro nuestro.


Sembrado por Esteban Augusto (marzo 2022)

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