Hace algún tiempo estudiando sobre la tradición budista, recuerdo que hablaban de tres raíces que nos atan al sufrimiento, la codicia, el odio y la ignorancia. De hecho también se les nombra como los tres venenos, porque cuando permitimos que entren a nuestro sistema terminan intoxicando todas las dimensiones de nuestra vida, impactando nuestras decisiones, nuestras relaciones, y conduciendo nuestros pasos en esta existencia de separación y aflicción.
El primero de estos venenos es la codicia, entendido como el ansia de poseer, el impulso de querer cada vez más, y se hace manifiesto en el apego y en la avaricia. La codicia se apoya en la creencia que podemos ser dueños de algo, para ello se necesita de alguien que posea y algo a ser poseído y por eso en ella esta el germen de la separación. Si bien la codicia a regido gran parte de nuestras decisiones como humanidad, como las grandes exploraciones, las conquistas, y las invasiones hoy se hace muy evidente en su variación actualizada, el consumismo, que no es más que la insatisfacción disfrazada de plenitudes efímeras. Es esta codicia hecha consumismo la que nos lleva a creer que podemos ser dueños de todo lo que nos propongamos y no medir las consecuencias de nuestras ambiciones para con los demás y para con la Tierra.
El segundo veneno es el odio, que nace de nuestros juicios, y que nos lleva a etiquetar todo de acuerdo a nuestras apetencias, generando una incapacidad de validar y valorar todo aquello que es diferente, de él se desprenden manifestaciones como la aversión y el desprecio, que suelen matirializarse en la agresión. El odio también refuerza el sentido de separación, porque niega la capacidad de tender puntos de encuentro, y refuerza la ilusión del yo, bien sea un yo personal o un yo colectivo, que se sostiene por sus diferencias hacia un otro u otros. Una forma muy tangible de reconocer el odio en nuestros tiempos, es en todo el belicismo que permea desde nuestro lenguaje hasta nuestras acciones, haciéndose muy manifiesto en toda la estructura militarista dedicada al exterminio de aquello que es diferente, pasando por alto que al destruir al otro, estamos destruyendo también una parte de nosotros mismos.
El tercer veneno, la ignorancia, parte del desconocimiento de lo que somos, y se hace manifiesto cuando caemos en la confusión y el engaño, cuando nos identificamos con aquello que nos limita. Es la ignorancia la que nos lleva a la ilusión de la separación, la que alimenta los actos autodestructivos y la que nubla nuestro discernimiento. En nuestros tiempos ésta ya no es sólo una ignorancia de nuestra naturaleza más íntima, sino que hemos caído en la confusión propia de la realidad, y los medios de comunicación y las plataformas virtuales de información al servicio de las corporaciones se han convertido en los grandes promotores de toda esta ignorancia colectiva, vendiéndonos cada vez más narrativas de ambición y más motivos para odiar lo diferente, con la cual reinician y potencian la acción de los otros venenos.
Si la gran proeza propuesta por el Budha era liberarnos de estos venenos en nuestra vida diaria, nuestro reto actual va más allá de la mera acción individual, porque hoy en día resulta importante plantarle cara a sus evoluciones colectivas: el consumismo, el militarismo, y la confusión mediática, para ello la tradición enseña aprender a incorporar los tres grandes antídotos: la generosidad que nos permite abrir las manos para dejar de acaparar y empezar a compartir; la benevolencia que nos conduce a aspirar siempre lo mejor para la vida de todos, en especial aquellos que son diferentes a nosotros; y la sabiduría que nos permite discernir con claridad entre lo real y lo ilusorio. Pero más allá de estos, la medicina más poderosa contra estos venenos siempre será el despertar a la realidad de la interexistencia, porque en ella podemos desvanecen todos los velos de la separación, comprendiendo que lo que somos es mucho más que aquello que queremos, repudiamos, o desconocemos.
Sembrado por Esteban Augusto (junio 2025)