LAS ILUSIONES, EL LENGUAJE Y LA IGNORANCIA
YOGA VASISHTHA (8)
LIBRO III: UTPATTI KHANDA
Apartados:
Identidad del agente y la acción
Naturaleza de la mente
La creación del antah karana
Historia del niño y las tres princesas
Inmortalidad del ser
De la historia de las tres princesas se muestra cómo el lenguaje y el tiempo conforman la atmósfera donde se desenvuelve la mente, y cómo a través del lenguaje se puede crear algo que parece una historia pero que en el fondo no es nada. Con el lenguaje creamos ilusiones, le damos vueltas a cosas que en el fondo no existen, todo lo construimos con palabras. Cuando logramos ir más allá del lenguaje, más allá de las palabras podemos realmente darnos cuenta de lo que subyace en el fondo. Y así como el final de la historia dice “si recuerdas esto podrás ser un hombre sabio”; si nosotros recordamos lo poderoso que puede llegar a ser el lenguaje para hacernos sufrir, para hacernos quedar en las ramas y en lo que sólo es apariencia dejamos de quedarnos atrapados en eso, en esa historia de lo que parece ser pero en realidad no existe.
De forma similar aparece la historia del hombre de mil brazos, quien se mantiene en un ciclo de golpearse, asustarse al no saber quien lo golpeó y golpearse de nuevo. Este hombre luego se separa y en esa separación continúa comportándose según el mismo patrón sin siquiera cuestionarse. Esta historia es otra forma de entender la ignorancia, que nos crea sufrimiento a través de mundos ilusorios, sin darnos cuenta que ese sufrimiento es creado por nosotros mismos. Así como el hombre de mil brazos, tenemos tantas cargas distintas, tantos patrones creados que llega un dolor o algo que nos genera malestar y creemos que eso viene de un lugar externo, que alguien más es el causante, pero no logramos reconocer que somos nosotros mismos los que nos golpeamos. De tantas cosas que tenemos, de tantas cosas que queremos tener, de tantas emociones, de tantas ideas, de tantos mundos que creamos terminamos hiriéndonos y en ese proceso de generarnos sufrimiento al final decidimos huir en lugar de ir a la raíz y lograr entenderlo.
Esta parte del texto nos propone un camino que va en función del conocimiento. Un camino que se teje desde el lado humanístico. Se plantea el autoconocimiento como la forma para librarse del sufrimiento. En la medida en que sabemos quienes somos, en que conocemos nuestra mente, y que nos hemos acercado al ser, nos es posible romper con ese mundo ilusorio al que estamos atados, romper con el sufrimiento. Cuando nos damos cuenta de que nosotros mismos nos golpeamos continuamente, podemos hacer algo con eso y dejar de golpearnos y que así nos deje de doler.
Sobre la culpa
Una de las formas en que nos golpeamos con más frecuencia es a través de la culpa. Constantemente, traemos de vuelta a la culpa, la recordamos y en ese momento al sentirnos heridos salimos corriendo. Este proceso se repite incansablemente hasta que decidimos conocer de dónde viene eso que nos golpea para buscar salir del patrón automático de creernos víctimas de la situación. El primer paso para lograrlo es identificar que eso que sentimos es culpa y luego intentar hacer algo para cambiarlo. Darnos cuenta es la mitad del camino pero la otra mitad es actuar para salir de ese patrón que hemos ido afianzando y que nos ha ido volviendo adictos a toda la respuesta bioquímica que genera y a las configuraciones mentales que hemos creado. Muchas veces estamos tan enamorados de algunas versiones que hemos construido alrededor de nosotros mismos que nos cuesta despojarnos de ellas, nos cuesta incluso entenderlas y darnos cuenta de que podemos ser más que la culpa. Esta emoción nos succiona y nos drena toda nuestra energía. Así que lo que podemos hacer es quitarle la atención, dejarla sin energía para asi tratar de retornar a una versión de nosotros libre de culpa.
Huir o aceptar
El texto como ya lo abordamos, presenta la gran dicotomía entre huir y aceptar, la cual tiene muchos niveles diferentes. Uno de ellos es creer que el mundo es irreal y por eso no tiene sentido hacer nada de lo que socialmente se pide, y en lugar de eso decidimos ocuparnos de lo que es real, así que nos dedicamos a meditar o a orar, alejándonos por completo de lo irreal. Y esta termina siendo una forma de huida. En otros casos, huimos de lo real y aceptamos lo irreal, no cuestionamos nuestros patrones mentales ni nuestra identidad. Huímos de lo trascendente y aceptamos sin miramientos el mundo que nos rodea, la gente a nuestro alrededor, el rol que desempeñamos. La idea no es salir del mundo sino aprender a estar. No podemos negarnos a vivir incluso si todo es irreal. La clave es aprender a estar sabiendo donde estamos.
El jivan mukta, el alma liberada, está liberada en vida, su liberación no es la muerte como muchas veces se propone o se entiende. El ejercicio es dentro de la vida misma. La liberación está cerca, lo que nos atrapa es también lo que puede liberarnos. La liberación no es más que romper la ilusión de algo que creamos. Dependiendo de la forma en que percibimos el mundo; como real, irreal o una trampa para el espíritu; podemos estar en él, ocupar nuestro rol desde un determinado punto y ese es el gran sentido de la búsqueda de la liberación.
Espiritualidad vertical u horizontal
La propuesta que se plantea es no quedarnos anclados al espiritualismo vertical que proponen en la salida del mundo, la idea es trascenderlo. La espiritualidad debe ser horizontal, conjugando la trascendencia y la inmanencia. En la trascendencia vamos desde abajo hacia arriba, ascendemos; en la inmanencia, tomamos desde arriba y lo traemos abajo. Podemos decir entonces, que subir la montaña es solo la mitad del camino; lo que queda luego es bajar nuevamente al mundo. En términos prácticos, es asumir nuestro lugar en el mundo, nuestro rol, sin identificarnos con el personaje, sin creernos amos y señores de nuestros actos.
En teoría todo parece muy sencillo, pero en el mundo es muy fácil caer constantemente en las identificaciones. La clave está en tratar de aumentar siempre el umbral de atención, estar cada vez más conscientes de que no somos nuestras emociones, ni los pensamientos. Entrenarnos para expandir la percepción de todo eso que no somos. Buscar continuamente comportarse desde un lugar distinto.
Una ilusión sobre otra
En la Antigua Grecia se decía que la Tierra es como un caparazón de tortuga por dentro. La parte de arriba del caparazón es el cielo que vemos y la parte de abajo es el suelo en el que estamos sostenidos. Cuando surgía la pregunta de sobre en qué está apoyado ese caparazón, decían que sobre otro caparazón y ese sobre otro y así infinitos caparazones de tortuga se apilaban unos sobre otros, pero llega un momento en que el último caparazón debe estar apoyado sobre algo más. Al igual que esta historia de los griegos para explicar el universo, nosotros terminamos apoyando una ilusión sobre otra. Nuestra mente de por sí genera una ilusión de separación, de individualidad. No siendo suficiente esta ilusión, creamos la de la civilización, la de sociedad, la de la virtualidad. Así que además de nuestras propias impresiones, cargamos también con unos patrones sociales y culturales. Y no siendo suficiente con esas ilusiones, seguimos creando más y más ilusiones que se van acomodando una sobre otra.
Y así como los caparazones de tortuga, todas estas versiones ilusorias que hemos construido como humanidad, al no estar sostenidas sobre nada, invariablemente se terminan cayendo. Podemos pasarnos toda la vida reafirmando todo eso en que hemos creído, dándole más peso, queriendo creer que es así y encontrando argumentos que lo validen o podemos darnos la oportunidad de cuestionarnos. El cuestionarnos no nos llevará necesariamente a encontrar la respuesta pero nos brinda la posibilidad de ver las cosas de forma distinta, de ampliar la perspectiva y no quedarnos replicando las cosas tal cual han sido siempre, y así dejar de ver el mundo por la rendija de nuestras creencias y quizá ver algo más, y al librarnos de las casillas en que hemos estado viviendo podemos comenzar a recorrerer el sendero del autoconocimiento.
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