-Ciertos muros no son barreras que nos separan, sino que son la posibilidad de generar más potencial de transformación, así que está muy bien honrar esos muros que hemos edificado para no desbordarnos hacia la destrucción (propia y ajena) y que nos han permitido marcar limites para reconocernos y transformarnos.

-A veces somos el muro que contiene, a veces somos el agua que se desborda, a veces somos la selva que florece y a veces somos la neblina que se eleva, y reconocernos en el cambio es abrirle la puerta a la sabiduría.

-Todo aquello que no dejamos que fluya, se estanca y se pudre, y muchas veces nuestros mundos internos (pensamientos, sentimientos y emociones) y nuestros mundos externos (relaciones) son como aguas estancadas que han perdido su vitalidad, y en las cuales resulta fácil perdernos y ahogarnos a nosotros mismos en toda esa podredumbre.

-Ciertas compuertas no deberían ser abiertas, al menos no cuando estamos llenos a tope, así que siempre será más sano evitar llenarnos al máximo para no andar a punto de estallar hacia los demás.

-Para que la energía pueda ser generada, se necesita que la pausa esté acompañada de una sabía dirección hacia las turbinas, y eso mismo pasa con nosotros, debemos aprender a hacer pausas para dejar que nuestro caudal interno crezca y así usar las turbinas de nuestra propia sabiduría y alimentarlas con las aguas represadas de nuestra voluntad, para generar toda la energía que requerimos en nuestro vivir.

-Por ínfima que sea la gota de agua, siempre guarda dentro suyo la capacidad de ser una con el agua toda, y así también deberíamos ser nosotros, capaces siempre de despojarnos de nuestra idea de gotas individuales para sabernos parte de un Todo Mayor.