CAPÍTULO 6: DHYANA YOGA

by - mayo 10, 2021



Nuestra mente está constantemente inquieta, y nuestro deseo de dominarla tiende a agitarla todavía más. A veces lo único posible es observar ese movimiento, encontrar la belleza en él.


Sobre la inquietud de la mente


La idea de la meditación y de la práctica en general no es controlar la mente, esto nos llevaría a fragmentarnos. Cuando hay dominación siempre se tiene lo que domina y lo dominado, desde ese punto nos estamos dividiendo. El yoga nos llama a la unión, a la integración, no a la división. La idea con la mente es ponerla en su lugar, para eso es necesario desapegarnos de los resultados, y entregarnos a la práctica: sentarnos en un lugar silencioso, en una postura erguida, sobre algo que nos levante la cadera, aislándonos del piso, concentrándonos en el punto en el que nace la nariz, aquietando las sensaciones internas y externas. Está propuesta está totalmente alineada con la primera metodología de Patanjali: abhyasa y vairagya, la práctica y el desapego. Nos esforzamos y practicamos pero sin quedarnos anclados a la expectativa de ese esfuerzo. Cuando nos despegamos generamos más espacio para practicar. La práctica sin desapego se hace estéril, nos desgasta. Al dejar de querer llegar a un lugar, generamos espacio para crear, y eso nos permite descubrir el potencial de la mente que es precisamente la creación. Cuando creamos estamos haciendo arte, cuando nos convertimos en artistas nos estamos desapegando de la expectativa. El artista siempre está haciendo, se está moviendo  pero no para lograr algo sino por el disfrute de hacer, ese es el estado de yoga. Practicamos sin atarnos a la recompensa, dándole su lugar creativo a la mente, permitiéndonos sentir su verdadero poder. 



Sobre el uso de una piel de tigre o ciervo para meditar


La referencia a su uso tiene un carácter simbólico y de doble vía. Por un lado, busca generar un campo de separación magnética de la tierra, provisto por el material de la piel, que permita al practicante centrarse en la propia energía para cultivarla y luego expandirla. Por otro lado, lo que se propone es aprender a sentarnos sobre nuestro propio animal interno, no es una invitación a tomar la piel de un animal, sino al aprender a apoyarnos sobre nuestra propia naturaleza animal. Esa naturaleza que solo se dedica a lo básico, a lo instintivo. Tomar ese lado animal y usarlo como alfombra, es una invitación a usar ese lado instintivo como apoyo para crecer internamente desde la meditación.



Sobre el deseo de compartir la práctica


Muchas veces sentimos deseos de compartir lo que somos, de compartir nuestra propia práctica pero al mismo tiempo creemos que debemos estar listos para hacerlo, y nos quedamos esperando esa señal que nos indique que efectivamente estamos listos. Esta señal nunca va a llegar porque nunca vamos a estar completamente listos. Lo más listos que podemos estar, es estar dispuestos para cuando llegue el momento. En ese estado de disposición es más probable que se presente la oportunidad y el llamado para compartir esa práctica. 


Justo cuando estamos en la obligación de compartir nuestra práctica, sea cual sea, es cuando comenzamos a tomarla más en serio. En ese momento comenzamos a explorar más, a estudiar más. El hecho de enseñar, convocar y compartir nos lleva a potenciar mucho más nuestro propio trabajo.


Cuando simplemente hacemos la práctica para nosotros mismos, llega un momento en que nos agotamos y sentimos que dejamos de avanzar. En ese momento lo que está pidiendo la práctica es ser compartida. Cuando nos disponemos a entregarnos a otros, abrimos la puerta para aprender más, para obtener eso que nos hace falta.


Lo único que hace la persona que comparte la meditación es meditar, y eso hace posible que los que están a su alrededor puedan acercarse también a la meditación.  El compartir de la meditación no puede quedarse en una abstracción mental, en una idea, en un concepto, no puede limitarse a la técnica. Quien comparte la práctica puede enseñar algo, dar algunas palabras, pero siempre buscando generar la menor cantidad de ruido posible. Que esas palabras no generen más fluctuaciones sino que las aquieten, que estén diseñadas para reproducir el silencio, para traer serenidad. Para compartir la meditación no es necesario ser el monje más experto, solo basta con sentarse y meditar, para que esa frecuencia se vaya irradiando. 


Por más que un neurocientífico conozca el cerebro conceptualmente y la forma en que funciona, no puede entrar a voluntad a los diferentes estados de ondas cerebrales como delta o gamma, como si lo puede hacer un monje que medita. Esta es la gran diferencia entre el concepto y la práctica.



Llevar la práctica a la vida


En la práctica de la meditación, se pueden identificar dos estadíos. Uno que está relacionado con sentir lo divino, lo supremo, lo sagrado. En el que se está en total presencia. Para llegar a este estado es necesario desconectarnos de todo e ir hacia adentro. Pero a pesar de lo que se cree, este estado es apenas preparatorio. La idea es que a partir de este, encontremos el segundo estadio, que busca seguir sintiendo la divinidad, la conexión y la presencia pero sin desconectarnos del mundo.


Primero nos recogemos sobre nosotros mismos, sacrificando nuestra conexión con el mundo, y de esta manera encontramos el éxtasis. La idea no es quedarnos ahí, sino conservar ese estado de presencia volviendo al mundo. El abstraerse es solo una preparación para luego expandirnos. Volver al mundo conservando la conciencia y sin perder el sentido de  ecuanimidad.


Es posible que pasemos muchos años sentados, intentando meditar, y sentir que no conseguimos nada. Y tal vez un día caminando por una playa u observando un atardecer logremos meditar más de lo que hemos logrado sentados día a día en un cojín. Esto nos puede llevar a pensar que esa práctica que realizamos no sirvió de nada, pero es precisamente esa práctica la que en ese instante nos puede ayudar a expandirlo todo, a ver la conciencia en todo. Para empezar a ver la conciencia en todo, hay que empezar a verla en una sola cosa, y eso es lo que hace la meditación. Nos permite ver la conciencia en nuestro cuerpo, en nuestra energía, en nuestra mente, y eso nos lleva a permitir que la conciencia habite en los espacios que el automatismo y la inercia se han ido ganando, que la conciencia lo habite todo.


El objetivo es que la vida misma se convierta en una meditación. 



Sobre la ecuanimidad


La ecuanimidad nos invita a comportarnos de igual manera con todos, a tratar de igual forma un pedazo de tierra o una pepita de oro. Esto muchas veces se entiende desde el lado de la indolencia, desde la indiferencia, pero es todo lo contrario. No es que no nos importe nada, es que nos importa todo de igual manera. Que nos llegue a gustar tanto el desierto como nos gusta la laguna. El yogui debe poder expandir su capacidad para no quedarse solo aferrado a lo que le gusta. Amar a quien nos ama es muy fácil pero amar a quien nos pone zancadillas, al que consciente o inconscientemente se dedica a indisponernos, a atacarnos eso es más duro. Amar al que me ha herido, esa es la verdadera prueba. El yogui es ecuánime porque ama igualmente al que le hiere como al que lo acompaña en el camino. Es importante no caer en el lado de la indolencia sino expandir ese proceso de cariño hacia todo y hacia todos.



Sobre la reencarnación y el karma


Este concepto se puede interpretar de muchas formas. La forma más común de entender este tema es la idea de que estamos viviendo una vida y que luego tomaremos otra. Se puede entender también, como que algo muere para que algo o alguien más pueda nacer. Otra manera de verlo, es considerando que cada que dormimos, morimos y al despertar renacemos. Cada día se convierte así en una nueva vida. Cada una de esas vidas nos trae nuevas cosas, nuevos aprendizajes, y nos permite desprendernos de otras tantas. Se necesitan muchas vidas y muchas muertes para alcanzar el estado de yoga, se necesitan muchas inhalaciones y muchas exhalaciones para hacerlo.



Sobre el brahmacharya


Muchas veces la idea del brahmacharya se entiende desde el lado restrictivo y represivo, lo cual limita la amplitud de su significado. Brahmacharya significa al como “aquel que es como Brahma” o "aquel que camina con Brahma" por lo tanto está relacionado con la creación, con la posibilidad de crear, con el poder creativo; que son los atributos de Brahma. Y la creación se imposibilita cuando hay represión.

La represión funciona en cierta medida para evitar los patrones de dispersión, pero no es lo que nos permite crear. El reprimir, el controlar, el contenernos, el no hacer ciertas cosas, nos prepara para no caer en la dispersión. Pero luego de que ya no sucumbimos ante ese oleaje, es que abre la puerta para crear.

El lado monástico se ha apropiado del concepto de brahmacharya convirtiéndolo en restricciones sensoriales y dominio de los sentidos, traduciéndolo incluso como celibato. Vale entender que el celibato es una forma de retraer los sentidos, de contenerlos, pero esa contención sólo es la preparación para algo más. Por ejemplo cuando nos privamos de hablar por un tiempo, al volver a hablar le prestamos más atención a cada palabra. Cuando nos privamos de comer, al volver a hacerlo, cada sabor se recubre de una vitalidad diferente. Cuando dejamos de sucumbir ante el impulso instintivo de la sexualidad, el poder del encuentro de la sexual comienza a tener una carga distinta, esa es la propuesta del concepto de brahmacharya. Contenemos, pero solamente para invitar a la pausa, ya que la idea no es quedarnos en la represión por la represión, sino que esa pausa sea la posibilidad de abrir el espacio para despertar todo nuestro potencial creativo.



Sobre aprender a morir


Nuestra sociedad, nuestra cultura no tiene una relación sensata con la muerte. Se tiende incluso a ridiculizar a los pueblos que tienen cultos a la muerte. Es importante comenzar a valorar también la muerte, tener una relación que nos permita aprender de ella, y reconocer que siempre estamos muriendo. Se dice que tenemos dos vidas, la primera dura hasta que nos damos cuenta que vamos a morir, justo ahí comienza la segunda, que nos motiva a comenzar a aceptar la vida. La idea es que esa segunda vida no llegue justo en los instantes previos a la muerte, sino que podamos hacerlo desde antes.


Es muy poderoso que el culmen de la práctica de yoga sea savasana, la postura del cadáver. Ese último espacio es el momento para ser el mejor muerto que podamos ser. Cuando aprendemos a morir nos damos la oportunidad de renacer, de crear, y eso es precisamente meditar. ¿Cómo es posible sentarnos a meditar, si no hemos aprendido a despojarnos de todas las cargas que llevamos? Despojarnos de las cargas es morir pero estamos tan aferrados a tantas cosas, a tantas identificaciones, que nos cuesta aceptar la muerte, que nos cuesta soltarlo todo. Tenemos miedo de la muerte, pero si lográramos tener una mejor relación con ella podríamos saborear la vida de una forma distinta.


Sembrado por Elisa Ochoa y Esteban Augusto (encuentros abril 2021)






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