CAPÍTULO 16: LAS CONDICIONES ASÚRICAS Y DÉVICAS

by - agosto 21, 2021




Este capítulo tiene de particular que en algunas traducciones el subtítulo que lo acompaña es la frase: “abrazar lo divino y rechazar lo demoníaco”. En él se enuncian una serie de virtudes del humano que tiende a lo divino y también se mencionan algunas de las cualidades para diferenciar al humano que se aleja de lo divino, el que tiende a lo demoníaco. Estas contrapartes se llaman en sánscrito: daivas y asuras


Lo divino tiene que ver con daiva o deva, lo luminoso, la claridad, el día, Dios. Los asuras, según la tradición de la India, son demonios, hombres oscuros que tienen un comportamiento que los lleva hacia su propia oscuridad. Esto se puede entender desde un contexto histórico en el que los arios, por ser blancos eran personas con tendencia a lo divino, y se encargaban de exterminar a las personas oscuras. O se puede entender como que hay dos tipos de personas: aquellos que tienden a buscar la luz, su propia claridad, y, aquellos que se dedican a ensombrecer su propia luz con sus comportamientos oscuros. Esos ángeles y demonios que llevamos dentro podemos alimentarlos, ellos crecen conforme la cantidad y calidad de alimento que les ofrezcamos, de ahí la invitación a estar en estado de atención constante, para saber si estoy alimentando mi parte luminosa o mi parte oscura.


En este capítulo, como ya enunciamos, se proponen un listado de atributos, de cualidades que son útiles para aquellos que persiguen lo divino, es una lista de comportamientos que podríamos llamar “liberadores”. Esta liberación puede referirse a liberarse de este mundo, de la rueda del Samsara, del ciclo de la reencarnación; o puede referirse a liberarse de la esclavitud que experimentamos debido a las ataduras que nos generan nuestros propios los patrones mentales que nos conducen por la senda del miedo, la tristeza, la ira, la ignorancia, etc. 


Vamos a extendernos ahora un poco en esas cualidades:


IRA

La ira es como un fuego que te inunda y te nubla la razón. Incluso pasa que muchos de los seres que están en un camino espiritual sienten que hay cosas o situaciones en las que está bien sentir rabia o en las que la rabia está justificada. Por otro lado, hay situaciones en las que cuando sentimos ira, si logramos ponernos en los zapatos de la otra persona, de la persona que nos despertó esa emoción, podemos transformarla en compasión. 


En el texto se explica que la ira, junto con la codicia y la lujuria, son las tres puertas para entrar al infierno, y, dice también, que una persona que tiende a la divinidad tiene ausencia de ira. La ira se alimenta de los deseos insatisfechos, es decir, de que queramos que las cosas, las situaciones, la vida, sean de una forma específica y al final no sucedan como lo planeamos o soñamos. La ira nace entonces del proceso de avidez y aversión. Cuando se logran explorar estos opuestos a fondo, es cuando se puede aprender a desenmascarar la ira como simplemente un deseo insatisfecho. 


Las emociones son como olas, tienen picos y tienen valles. Para sobrevivir a ellas es importante aprender que siempre después de un pico hay un valle, es decir, no siempre la emoción está en crecimiento. La emoción se vuelve un problema cuando, estando en el ascenso hacia el pico, sentimos su fuego que nos quema y queremos entonces deshacernos de ella de inmediato. Lo usual es que en ese intento de sacarla terminamos tirándosela a otro y, comienza así, una cadena de reacción, porque yo me desahogo con otro y ese otro se la quiere tirar a otro y así sucesivamente. Y es claro que en muchos años de civilización lo que hemos hecho es sacarnos la ira unos con otros, lo que ha desembocado irremediablemente en una civilización violenta. 


Por otro lado, la ira nos permite defendernos. Si no fuera por ella seríamos seres totalmente mansos, dóciles e indefensos. El germen de la ira nos ha permitido sobrevivir y hay que reconocerle ese lugar sin dejar, eso sí, que controle nuestras acciones. La mayoría de estos atributos divinos o demoníacos de alguna forma controlan nuestras reacciones y, cuando lo hacen, ya no somos nosotros mismos, quedamos a merced de los patrones y creencias culturales, como esa que dice: “no se puede dejar mangonear así”. 


A lo largo de nuestras vidas nos han enseñado un montón de cosas que alimentan, por ejemplo, esa idea de “no dejarse mangonear” y a su vez, nuestra historia personal, puede conducirnos a desear que nadie se nos imponga. Para lograrlo, lo más común es que nos pongamos a la defensiva y nos desquitemos con el otro cuando nos sintamos vulnerados, generando un círculo vicioso. En otros casos, así como a algunos se les enseña a reaccionar y a defenderse, a otros se les enseña a callar, a ser sumisos y a obedecer. Sin que esto último sea menos condicionante o esclavizante; estas personas ya no son esclavas de la ira, sino de la sumisión. Entendiendo estos ciclos es fácil ver por qué cultivar el desprendimiento de la ira y las otras cualidades listadas nos conduce a la liberación, nos aligera, nos hace menos esclavos, nos permite accionar en lugar de reaccionar, que no sea la emoción la que nos use, sino que seamos nosotros los que usemos a la emoción para reconocer las cosas que pasan en nosotros ante los estímulos del entorno.


MIEDO / OSADÍA


El miedo es una emoción común cuando estamos en un camino espiritual. Se requiere coraje para andar estos caminos, porque en cuanto das los primeros pasos, comienzas a revolver y a sacar cosas que no es fácil ver y, pasa también que aparecen personas que te cuestionan. Se requiere entonces de fuerza y valentía para asimilar lo que se va presentando y osadía, no para transgredir, sino para atreverse hacer las cosas diferente a pesar de los cuestionamientos externos. Osadía y tenacidad con sutileza para mantenernos en el camino. El miedo es lo contrario al amor. 


FIRMEZA


¿Cuál es el límite entre la firmeza, la dureza y el ser blando? A veces por evitar la confrontación o la dureza, o por evitar vernos rudos ante los otros -porque es una cualidad mal vista en algunos contextos- no nos sostenemos con firmeza y sucumbimos al otro y a sus deseos, terminamos así, poniendo en entredicho nuestra intención y convicciones por no mostrarnos duros. ¿Cómo ir a la firmeza sin ser duros entonces? La firmeza de la que habla el texto es la rigidez de la estructura del yo. Hace referencia a ese muro que creamos tantas veces para proteger nuestro “yo”, nuestro ego. Con esa intención de protección nos hacemos rígidos y duros y terminamos defendiendo nuestra propia identificación. Eso es dureza, sin embargo, la firmeza, como se propone en la Gita, es más bien la posibilidad de no rendirse, de mantenerse en el camino. 


La diferencia entre dureza y firmeza, es entonces, que la primera crea una muralla rígida y sólida para defender a un ego que se siente vulnerable y que no quiere aceptar su vulnerabilidad. Para protegerse, el ego tiene herramientas como las famosas expresiones: “yo soy así” y “así me criaron”. La firmeza en cambio, es la posibilidad de mantenerse en el camino, de dar pasos seguros, de no sucumbir ante la inercia de la vida, de no caer en los comportamientos asúricos que se listan en este capítulo del Gita.


RENUNCIA


La renuncia se refiere a saber a qué decirle no y a qué decirle sí. El discernimiento de estos dos elementos puede ser difícil. A veces creemos que renunciamos y luego nos damos cuenta que al contrario, estamos más llenos de cargas mentales y emocionales. Pareciera que nos auto-engañáramos.


El texto propone la renuncia constantemente a lo largo de sus páginas. Sugiere desapegarse de los frutos, no estar expectante, no ser esclavos de lo que deseamos, de la codicia de que todo sea y suceda tal y como lo queremos. La renuncia es un atributo que hay que cultivar y que cuesta, y cómo no, si nuestras sociedades nos enseñan a medirnos por los frutos y a comprarnos según los resultados y, para completar, nuestra idea de nosotros mismos se alimenta de los resultados de las acciones que emprendemos. Por eso,  aprendemos a renunciar cuando entendemos que no somos esos resultados y que no somos nuestros logros o fracasos -porque sí, a veces también nos identificamos con el fracaso-.


NO VIOLENCIA


La violencia implica muchas cosas, no solo acciones. Con la palabra, los gestos y los pensamientos también podemos manifestar, crear violencia. Cuando las palabras dividen, cuando los gestos ponen un límite innecesario (el límite es fundamental pero a veces es innecesario) estamos generando violencia.


Gandhi, por ejemplo, logró hacer grandes cosas gracias a la comprensión de lo que implicaba no violencia. ¿Cuánto podríamos hacer nosotros si empezáramos a no ser violentos y a estar atentos en cada palabra, en cada gesto en cada acción y entendiendo que, justamente, no es no violencia sino evitar la violencia? 


He aquí una cita del doctor De La Ferrier: “No es cuestión de declarar: ‘no queremos la guerra’, sino que nuestra profesión de fe debe ser: ‘queremos la paz’. Hay una pequeña diferencia entre un deseo negativo y un pensamiento positivo. Una gran distinción existe en nuestra mente con el hecho de no combatividad y el objetivo positivo de buscar la paz en todos los aspectos. Quien no combate tiene solo la idea de alejarse del combate pero se queda con la indiferencia frente a la paz interna, la calma interior, mientras que la no agresividad, comienza con el hecho de estar siempre listo para evitar que no se vaya a chocar u ofender a nadie. Es aquí donde toma lugar la gran verdad del Ahimsa, meta de Gandhi, que se refiere no sólo al método de no violencia sino más aún, a una no agresividad. Gandhi hablaba de Satyagraha, y al referirse a ello, decía: ‘la intención de esto es la de nunca inquietar, chocar o criticar al que obra mal’; no recurre jamás al terror, a la expiación o a la condenación sino, a su propio corazón. Los fines del objeto, la finalidad del Satyagraha, explica, es la de ofrecer su ayuda y no abusar del poder. En verdad podemos criticar, atacar, levantarnos en contra de algunas decisiones o sistemas, pero no podemos atacar agresivamente a los hombres, como imperfectos que somos nosotros mismos, debemos ser tolerantes para con los demás”. La no violencia es entonces no solo evitar sino ir en pro de la consecución de la paz. 


COMPASIÓN


Entender que la oscuridad y los errores de los demás tiene que ver con su ignorancia nos ayuda a sentir compasión. 


Eso con respecto a los humanos, pero por otro lado, existe un planteamiento en India de ser compasivo con todos los seres sintientes. El cristianismo dice ama a tus amigos como a tus enemigos pero a los animales no los menciona. La diferencia entre empatía y compasión es interesante, empatía es: ‘siento tu dolor’, la compasión es: ‘siento tu dolor y qué puedo hacer para mejorarlo, para sanarlo’; la compasión va más allá que la empatía. 


Pensemos entonces en los animales y en el simple acto de reducir su consumo o dejar de comerlos, eso es algo que podemos hacer en nuestra vida cotidiana y es cada vez más fácil. Hoy en día hay muchas opciones, al visitar un restaurante, por ejemplo, es posible  elegir la opción vegetariana o pedir que te hagan el plato sin carne. Con estrategias sencillas como estas, se puede evitar el sufrimiento animal, ayudar al medio ambiente y a la vez, cuidar el cuerpo. La invitación es, entonces, a cultivar la compasión con todos los seres sintientes, desde el plato y extenderla a todas las otras dimensiones de la existencia. 


IMPAVIDEZ


La Real Academia de la Lengua la define como la “capacidad de hacer frente a situaciones de peligro o riesgo sin dejarse dominar por el miedo o la angustia”, se relaciona con la ecuanimidad pero va un poco más allá. Impavidez es práctica devota, sin reserva alguna, de los preceptos de las escrituras; es el estado de libertad de la preocupación sobre quién nos mantendrá cuando hayamos renunciado a todo. 


INQUIETUD 


La inquietud, que es esa sensación de no estar cómodos, ante la incertidumbre por ejemplo, nos invita a entender que el vacío es un estado disfrutable. 



Nadar contracorriente 


No hay que hacer nada para que las cualidades de los Asuras estén, ellas están ahí naturalmente. El orgullo, la ignorancia, la ira y la codicia siempre están presentes, sin embargo, para alcanzar las otras cualidades, las divinas, es necesario actuar. Las primeras funcionan por inercia, en automático, por el patrón cultural, la carga histórica, entre otros factores, mientras que las otras cualidades, las de la luz, hay que cultivarlas. Por ejemplo, si yo no quiero sucumbir ante la dispersión mental, eso lo tengo que cultivar, porque el patrón usual de la mente es ser disperso; si lo que quiero cultivar es la no violencia, encontraremos como obstáculo el patrón natural que es reaccionar agresivamente.


Vemos entonces cómo esas cualidades que en el Gita llaman ‘demoníacas’ funcionan sin esfuerzo, mientras que las cualidades que llaman ‘divinas’ requieren de un trabajo, un esfuerzo, un cultivo y eso marca un punto de entrada para pensar en la pregunta de si estamos predestinados a seguir las cualidades demoníacas o las divinas. 


Para entenderlo mejor, pensemos en la corriente de un río. Todos de la nada nacemos en medio de un río que tiene un flujo natural y cuya corriente nos va llevando. Algunos no hacemos nada, solo nos dejamos llevar y mientras más pasa el tiempo la corriente nos arrastra sin pausa. Esa corriente es la fuerza de los comportamientos demoníacos que están aquí enunciados, si no hacemos nada, si no nos cuestionamos, si nadie nos enseña a cuestionarnos, nos dejamos llevar por la corriente de la ira, la codicia o el sentido de importancia personal. Sin embargo, a veces se presentan situaciones que hacen que nos estrellemos, interrumpiendo el flujo de la corriente, y es ahí cuando pueden surgir preguntas como: si ese camino por el que estamos siendo arrastrados es el único, si la única forma de vivir es dejándose llevar por la corriente o qué pasa si vamos en otra dirección. Dejarnos llevar por la corriente es fácil, pero pensar otras cosas diferentes, romper la inercia del arrastre, requiere un cultivo y un esfuerzo en donde la determinación y la firmeza juegan un papel trascendental. El proceso de ir contra la corriente es difícil porque mientras todos nadan en un sentido, tú vas hacia el otro lado, y, además, nadar contra corriente cansa. 


Siempre está, en todo caso, la posibilidad de volver a caer en la identificación. Puede pasar que después de estar nadando contra la corriente nos hagamos esclavos de esta nueva idea. Ya no somos el yo que está con el cardumen yendo en el sentido de la corriente y dejándose llevar sino que, somos el que nada en contra, el que va contrasentido. Eso puede ser, inconscientemente, otra forma de dejarse ir con la corriente. Tener esta claridad nos permite entender que el sentido de los atributos, tanto los divinos como los demoníacos, es simplemente explorarlos, descubrir que nos podemos mover entre unos y otros para entender que no somos ninguno. Lograr esa comprensión nos conduce a la liberación. Y es que somos esclavos de un sin fin de cosas y no nos damos cuenta, estamos sumidos en una ignorancia tal que no vemos las ataduras que nos generan nuestros patrones de comportamiento. 


Cuando empezamos a recorrer caminos espirituales que nos permiten hacer conscientes nuestros patrones y la forma cómo nos condicionan, podemos sentir que en vez de estar más libres, somos cada vez más esclavos. Lo que sucede es que cuando estamos haciendo estas prácticas, cuando meditamos, logramos vernos con más claridad y así, podemos ver más claramente también sentimientos que antes no veíamos como la ira. También pasa que los movimientos energéticos que resultan de las prácticas como el yoga, transforman la energía en combustible que alimenta las cosas que tenemos más presente y si lo que tenemos presente, lo que estamos cultivando es, por ejemplo, la ambición, esa energía en expansión alimenta la ambición generando más ambición. 


De ahí la importancia de cultivar las habilidades que sirven para no dejarse llevar por la corriente y, para lograrlo, hay ciertas guías: las escrituras, los maestros, la búsqueda de algo más grande que uno mismo. Estas guías nos sirven de soporte para transformar nuestros comportamientos, para transformar la forma como interactuamos en el mundo, como nos relacionamos, que lo que hagamos sea crear puentes y vínculos con las otras personas y que no sea solo desde esa corriente que nos está llevando, sino que podamos parar a cuestionarnos, así ese parar se origine en el dolor, que a veces puede ser necesario para darnos cuenta que esa corriente por la que vamos no es el mejor, ni el único camino. 


En otro capítulo del Gita dice que el sabio no puede hacer nada por perturbar la ignorancia del otro, lo máximo que puede hacer es servirle de buen ejemplo, servirle de inspiración. Llevando esto al ejemplo del río, es como si, mientras todos nadamos contra la corriente,  vemos a alguien, a ese sabio nadando contrasentido, y entonces nos preguntamos por qué lo está haciendo y queremos saber qué hay hacia el otro lado. Cada quien debe trabajar entonces sobre sí mismo para así, sin perseguir ese propósito, convertirse en una fuente de inspiración. Es suicida querer remolcarlos a todos y llevarlos contra la corriente cuando a duras penas podemos con nosotros mismos.


Sembrado por Carol Jaramillo (Encuentros Julio 2021)




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