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SEMILLERO DE YOGA



Dice la RAE del silencio: “Estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz”. Con lo cual, podría decirse, que quienes vivimos en esta época y nacimos en esta comarca estaríamos destinados a no conocerlo. Es muy difícil entender el silencio cuando naciste en un lugar en donde la frontera que te separa de tu vecino es el lado más ancho del ladrillo, y por consiguiente no se puede evadir ni evitar que nos llegue en algún momento la consabida invasión (ó contaminación) auditiva. 

Mis circunstancias en este contexto del silencio fueron las siguientes: de un lado aprendí que el “silencio” era un arma de guerra, rara vez lograba saber en qué me había equivocado pero la presencia de ese silencio incómodo que surge cuando quien está contigo no te habla, no te responde, ni hace ningún comentario, era una prueba reina de que había algo que enmendar. De otro lado el silencio era esa escasa ocasión en que el equipo de sonido descansaba en un plácido off pues la mayor parte del tiempo estaba cumpliendo su función y como si fuera poco se campeaba orondamente por los límites máximos de sus decibeles, siendo entonces, en este caso nosotros, hablando en plural como familia, los invasores del silencio o del ruido ajeno. 

Cuando el silencio no cumplía sus funciones de castigo, entraba a funcionar otro radio, aquella voz interna en una continua retahíla que iba como una especie de comentarista de fútbol pero donde el tema cambia sin necesidad de dial, recorriendo todos los temas, todas las posibles conjugaciones de los verbos, y todos los tiempos posibles pasados y futuros. Entonces el silencio, según esta definición, para mi no existe. Soy hija de estas circunstancias, no me quejo, ha sido mi aprendizaje, y sé que no estoy sola en esto, ha de ser una realidad que comparto con muchos. 

Con el tiempo he entendido muy bien la razón por la que como sociedad y como individuos rechazamos de manera consciente o inconsciente el silencio, y es porque en el fondo sabemos que donde más ruido tenemos es adentro nuestro, y ese “speaker” incesante es un personaje que puede llegar a ser inmensamente siniestro, y nos da miedo sentarnos a escucharlo desde el no-juicio, entonces caemos en esa trampa de volcarnos hacia el afuera, y cada vez buscamos más medios para distraernos. 

Pero de pronto te visitan unas nuevas circunstancias en las que descubres el silencio, y seguramente por ese entorno de múltiples ruidos en el que crecemos es que podemos reconocer el cotizado valor que tiene el silencio. Cuando empecé a practicar la meditación me cuestionaba la idea de buscar el silencio, no la entendía mucho, bueno en realidad no conocía lo que era el silencio, y la verdad hasta le temía. Mi relación con el silencio era como una cita a ciegas, en la que estar con alguien que no conoces, te hace sentir muy vulnerable e incómodo. Pero en esa cita a ciegas con el silencio, me pudo más la curiosidad y las sugestiones amorosas de un Swami quien me invitó a acercarme a ese fenómeno llamado silencio desde otra óptica, e incluso coquetearle a un nivel más elevado llamado el Antar Mouna (silencio interior, -Palabras Mayores-). 

Para acercarme al silencio inicié entendiendo un juego: el cuerpo requiere del movimiento y la mente de la quietud, pero la quietud de la mente es poco viable sin la quietud de cuerpo y el cuerpo requiere estar fuerte para tener la posibilidad de serenarse y experimentar la quietud sin queja alguna, es un proceso que se mantiene mediante una invitación amorosa a que ese vehículo externo simplemente ESTÉ y entender que ese acto de presencia en el instante presente es fácil para el cuerpo porque él sólo puede percibir y actuar en el ya, no puedo sentir el frío de ayer ni experienciar la exhalación de mañana. 

Ahora entraba a jugar la mente, con su maravillosa capacidad de saltar de un pensamiento a otro, de estar en el pasado y en el futuro y algunas veces en ese anhelado AQUÍ Y AHORA, al principio caí en aquella falacia de “poner la mente en blanco”, pero poco a poco descubrí que no se trataba de eso, y me fue presentada una especie de llave maestra: Aprovechar las oportunidades de quietud de mi cuerpo tratando de notar esa fuente casi imperceptible donde nace un pensamiento, observando cómo los pensamientos brotan de la nada, y al estar en ese estado de alerta simplemente sentir ese mágico acto de estar presente en las cosas básicas de la vida: RESPIRAR. Al visualizar esa sabiduría interna que guía cada inhalación y cada exhalación y me dediqué a observar, sólo a observar, y por supuesto que se produce un sonido del aire al entrar y del aire al salir pero hay un punto en que de tanto observar ese sonido desvanece y entonces todo queda en absoluto silencio. Un Silencio sagrado que emana de lo más profundo del Ser,  producto de la comunión íntima del cuerpo y de la mente.

No había saboreado el dulce sabor del silencio amoroso, del silencio como decisión propia, pero fue desde esta experiencia que entendí porque nunca he podido soportar un ringtone de mi celular y he preferido el llamado de las ánimas antes que despertar sobresaltada por una alarma, al igual que guardo el gusto por las conversaciones en modo de susurro. Y fue también en esta experiencia que me percaté de aquel personaje que más que siniestro, es un parlanchín que nos habita, y su única función es esperar pacientemente a que uno mismo lo desenmascare, y que por más que uno se esfuerce no dejará de hablar, pero tomará descansos y eso ya es mucho decir, porque nos acerca a ese silencio amoroso.  

¿Qué es el Silencio entonces?

A esta altura del partido tengo mi propia definición de silencio. El Silencio en realidad es una experiencia mística, que surge del vivenciar que el sonido nace del silencio y el silencio es fuente del sonido, que son indisolubles, ya que no puede existir el uno sin el otro. Es percibir y descomponer en fracciones el chasquido del fuego, el correr del río, las olas en el mar, el sonido que producen tus dedos al pasar la página de un libro, el roce de tu pasos al caminar, una hoja seca cuando cae, el crujir de la madera , el viento cuando sopla, un bostezo, una risa, la alondra que canta cada día a la misma hora cerca de mi ventana, el llanto de un bebe vecino, el ladrar de un perro, tal vez el maullido de un gato, una gallina cacareando, un suspiro, un gemido de dolor o de placer quizás, las gotas de lluvia cuando caen, el galopar de un caballo, el pedaleo en una bicicleta, la cafetera cuando hierve, los labios al posarse en otros, el tictac de un reloj, una puerta que se abre, otra al cerrarse, la llave en la cerradura, el zumbido de un insecto, y un largo etc. Al percibirlo TODO con claridad y sin que nada de aquello te perturbe, es cuando se logra vivenciar eso que entendemos por “Silencio”, y que en realidad no viene de afuera, porque de ser así, con todo este ruido en el que estamos inmersos, no se podría experienciar, y con esto se aprende que el único silencio que se puede construir es el silencio interno; que vivirlo es un acto que nace de una decisión propia, pero sobre todo que es un acto que requiere un proceso de cultivo constante. 

Con esto se puede entender que el ritmo de la vida no se detiene, está en un constante movimiento, que el movimiento siempre produce un sonido, el sonido es una vibración  y  por tanto todo vibra en un eterno y permanente OOOMMM. 

Se descubre que el verdadero silencio es un arte que se practica, el arte de percibirnos a nosotros mismos y entender que incluso el sonido de nuestra respiración es una donación que hacemos a esa maravillosa sinfonía del Cosmos.

Y aunque al guardar silencio se nos acuse de “raros”, hermitaños o antipáticos, seria genial poder llevar ese silencio a la vida diaria y convertirlo en un acto público, para recordar, pero sobre todo ejercer ese beneficio que nos otorga la jurisprudencia, EL DERECHO A GUARDAR SILENCIO.


Sembrado por Marta Cecilia Mora (Agosto 2020)

Fruto de la convocatoria editorial del Semillero de Yoga 2020


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Nevado del Cocuy 2019


¿Haz visto el fenómeno que se produce cuando un espejo se refleja en el otro? 

...Se abre un camino que se extiende hasta el infinito. 

Lo mismo sucede con cada vinculo que creamos con los otros seres, porque cada uno de nosotros es como un espejo, y en cada vínculo que creamos podemos vernos mejor a nosotros mismos, incluso podemos encontrar lo infinito que habita en nosotros.

Por eso a la hora de encontrarnos con otros debemos abrirnos a ayudarnos mutuamente mediante ese acto de reflejarnos, ya que nuestro reflejo puede guiar al otro a que se encuentre a sí mismo, y a su vez los reflejos de los otros nos guían a lo profundo nosotros mismos.

Pero en ese acto de reflejarnos, resulta fundamental aprender a purificar nuestros propios espejos, porque generalmente todas las impurezas que llevamos con nosotros, al verlas reflejadas se las solemos atribuir a los demás. 

Por eso entre más nos purificamos a nosotros mismos, más claridad podemos ofrecer en el reflejo, y entre más asiduamente nos reflejamos, mejor podemos vislumbrar la profundidad de lo que somos.


Sembrado por Esteban Augusto (Agosto 2020)










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 Todos sentimos que hay alguien que nos falta (y no sólo porque entre tantas masacres que hemos vivido, todos hemos perdido a un ser cercano). Por ello a la hora de establecer vínculos con los otros debemos aprender a comprender esas ausencias propias y ajenas.

Esta sensación de ausencia se alimenta de nuestro pasado, por aquellos que ya no están, por los que están lejos o por los que están distantes, pero también por las personas que proyectamos al futuro, como los hijos o la pareja que hubiésemos querido. Y se manifiesta en el desconsuelo que sentimos por todas las cosas que nos hubiera encantado decir o hacer.

Pero la vida siempre nos da oportunidades de encontrar a esos alguien(es) que simbolicamente cumplen ese papel de quien falta, y mediante la resonancia de esa persona podemos reconocer aquello que teníamos pendiente, y darnos la posibilidad de comprenderlo, sanarlo y trascenderlo. 

En lo que he recorrido he tenido el placer de poder ser como el hijo, el padre, el nieto, o el hermano mayor o menor que faltaba, y otros tantos roles mediante los cuales he podido servir de instrumento para que los otros se pusieran en paz con su pasado y sanaran sus asuntos pendientes, pero mediante estos vínculos también he podido comprender a fondo mis propios procesos.

Aunque muchas veces al relacionarnos desde la ausencia lo que solemos hacer es perpetuar y proyectar nuestras ausencias, también podemos utilizar cada vinculo que creamos como una posibilidad de autoconocimiento, y así al reconocer el impulso que nos producen aquellos que nos faltan y al aprender a ser el que falta para los otros, podemos establecer vínculos transformadores, edificantes y conscientes.


Sembrado por Esteban Augusto (Agosto 2020)


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 Hay adicciones sutiles y casi imperseptibles, y adicciones toscas que son francamente evidentes, pero todos tenemos adicciones, ya sea a tronarnos los dedos, a buscar aprobación en los demás, a estar informados, a inundar nuestro cuerpo con sustancias químicas externas o internas, a leer, a meditar, y un largo etcétera.

Pero algo particular que pasa con las adicciones es que algunas son socialmente mal calificadas, mientras que otras están prácticamente invisibilizadas, a tal punto que la mera palabra “adicto” es bastante repudiada, mientras que otras acciones como el hablar, el consumir azucar, o el rezar ni siquiera las consideramos como adicciones.

Y para comprender un poco mejor si nuestras acciones son adicciones habrá que preguntarnos a fondo qué tanto nos hemos vuelto dependientes de estas acciones, y hasta qué punto hemos fusionado la idea que tenemos de nosotros mismos con eso que hacemos. Eso se puede ver muy claramente en como cambia nuestro estado de ánimo con las cosas que hacemos o dejamos de hacer, fruto de la dependencia al lenguaje químico de nuestro sistema endocrino. También puede evidenciarse en la incapacidad de vernos haciendo algo diferente, como en el caso de quien se ha desempeñado en un rol durante mucho tiempo y se siente incapaz de hacer otra cosa.

Pero habiéndonos preguntado todo esto, estaría bien pensar ¿qué de lo que hacemos no es una adición? Y esto lo digo porque usualmente lo que hacemos es cambiar unas adicciones por otras, pero en el fondo simplemente estamos presos bajo los mismos patrones de comportamiento dependiente, aunque creamos que tenemos una vida más armoniosa o más sana, como en el caso de los que terminamos  siendo adictos a prácticas como meditar, hacer yoga, y cosas así... desconociendo que por sutiles e inofensivas que parezcan, también son adicciones, y que para colmo nos pueden hacer tropezar en la trampa de creernos mejores personas.

Toda esta reflexión sobre las adicciones a esas prácticas que llamamos espirituales, surgió de una conversación con una amiga que me decía que se había desconectado de su practica diaria de yoga, ante lo cual le proponía que una forma de verlo es desde el comprender que todas estas prácticas no son más que adicciones, que están ahí para ser trascendidas. Y que en el momento que somos presas de ellas, podemos aprender o observar ese impulso para desatar las identificaciones que tenemos con estas acciones, pero cuando estas adiciones nos abandonan, y no son remplazadas por otras, es porque simplemente nuestra carga se ha aligerado, y desde esa ligereza nos podemos dedicar simplemente a SER.


Sembrado por Esteban Augusto (Agosto 2020)


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Desde que como humanos nos relacionamos con el fuego, hicimos un vínculo con él que ha trascendido generaciones y culturas, a tal punto que el fuego siempre nos invita a congregarnos y a compartir, pero sobre todo a recordar nuestro estado de unidad.

Dicen que cuando acompañamos al fuego hasta que se repliega en sus brasas, y nos quedamos absortos contemplándolas, podemos aprender a respirar con ellas, y con esta respiración conjunta nuestro corazón, que también es calor y vida, se disuelve en el crujir de los leños de los que emanan calor. Y de este vínculo entre nuestro corazón y las brasas podemos expandirnos hasta sintonizarnos con el corazón de la tierra, incluso con el corazón del sol, ya que estos también son fuente de calor de vida. 

Y de esta forma el fuego se puede convertir en un puente que nos recuerda que todo esta conectado:
nuestro corazón, las brasas, el corazón del planeta, el sol, ya que todas son expresiones (a modo de fractales) del Corazón de la Vida del cual todos somos parte.

✨☀️🔥🕯💛


Sembrado por Esteban Augusto (Agosto 2020)

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¿QUIÉNES SOMOS?

El semillero de yoga es una plataforma de encuentro para compartir, practicar, estudiar y vivir el Yoga en toda su profundidad. Nació como un espacio de preparación para futuros profesores de Yoga, en donde el único prerrequisito era tener instalada una práctica constante, y a lo largo de estos años ha servido como punto de encuentro para vivenciar el Yoga mucho más allá de una clase. Hoy en día conserva su esencia de estimular procesos formativos desde la pedagogía tradicional de Yoga, en donde el compartir, el practicar y el enseñar son los verdaderos maestros, y cumple su función mediante grupos de estudio, Diplomaturas en Yoga, talleres de profundización, retiros de autoconocimiento y actividades de servicio a la comunidad.

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