Como palabra, apoptosis viene del griego y se suele entender como caída o desprendimiento, refiriendo a la acción del caer de las hojas. Es una palabra un tanto rara, pero que designa algo que está presente en todas las formas de vida, y es la capacidad de autorregular el crecimiento.

Visto en nuestros términos, la apoptosis es la acción que viene desde lo profundo de las mitocondrias y que envía la señal a la célula para que muera. Desde cierto punto de vista moral podría verse como la gran responsable de la muerte indiscriminada de muchísimas células, pero es gracias a ella que se envía el comando para que las células que estén atrofiadas y enfermas mueran, para que otras células nuevas y saludables tomen su lugar en pro del bienestar de sistema vivo del cual son parte.

Lo que pasa con muchas de estas enfermedades “actuales y silenciosas” como el estrés, la contaminación electromagnética y demás, es que terminan atrofiando la función mitocondrial, y con ello el proceso de la apoptosis queda nublado, limitando el discernimiento entre qué célula debe morir y qué célula debe vivir, permitiendo que sobrevivan y se repliquen células que han caído en la degeneración y que mueran células armónicas, acelerando el proceso de deterioro de la forma de vida que son.

Hay un par de cosas muy bellas con las mitocondrias y es que simultáneamente con ser las sabedoras de la apoptosis, son, en primer lugar, fruto de la endosimbiosis, es decir que son fruto de un proceso de aceptación de la interexistencia entre dos formas de vida que se apoyan mutualmente para coexistir, y en segundo lugar, es que son heredadas solamente por el linaje materno, es decir que la sabiduría de la muerte viene del reconocernos como parte de la interrelación con otros seres y que se transmite por la vía femenina/maternal, permitiéndonos reconocer que la muerte también es una madre, y como madre siempre nos cuida y nos acompaña en nuestro crecimiento, aunque aparentemente implique caos, muerte o destrucción.

Entonces la invitación será a reconocer el poder que tiene la sabiduría de la muerte, para aprender a invitarla a nuestras vidas, y que con ella llegue la capacidad de reconocer todo aquello a lo que debemos morir, viejos proyectos, ideas, relaciones, actitudes y muchas más cosas, que alimentan nuestro drama y nuestro ruido interno, porque cuando nos entregamos a la sabiduría de la muerte y morimos a todo lo que nos genera ruido, podemos abrir espacio a que se exprese la sabiduría silenciosa de la vida que somos.