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SEMILLERO DE YOGA



Uno de los conceptos nucleares para poder explorar todo el sentido y el trasfondo de la práctica de yoga es el de los koshas, o las envolturas, que son una de las formas básicas como se puede explicar y entender al ser humano y su constitución multidimencional. En esta visión para comprender al ser humano se le considera como una superposición de cinco estructuras, unas más densas y otras más sutiles, pero todas ellas envolviendo la Esencia/Ser/Atma.

Cada una de estas envolturas cuando estan armonizadas le permiten al Ser manifestarse en el mundo, pero cuando se encuentran desbalanceadas pueden generar un olvido del Ser, siendo causantes del sufrimiento debido a la identificación con lo externo. Y ahí es donde entra yoga, para ofrecer un conjunto de prácticas para balancear cada una de estas, y ayudar a que el ser humano retorne a su estado natural.

El presente video es una síntesis de la explicación de cada uno de los koshas y su relación con las diferentes técnicas de yoga:


El presente cuadro es una compilación de ideas al rededor de las koshas con el propósito de hacer más facil su entendimiento y de promover su asociación con otras temáticas.




Esperamos puedan disfrutar esta entrada del blog, y nos dejen en el recuadro de comentarios sus apreciaciones y preguntas para mantener viva la interacción de nuestro Semillero de Yoga.

Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)


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Fuego ceremonial del Agni Hotra


 El ofrendar como excusa para desarrollar la sabiduría.

Muchas veces evitamos ofrendar lo que tenemos y lo que somos porque sentimos que no es suficiente para dar o porque tememos que al compartir vamos a perder lo que poseemos o incluso lo que somos. Creemos que para compartir debemos tener más, saber más, estar más preparados. Este tipo de pensamiento nos va llevando a una economía de la escasez, en la que todos tenemos que ahorrar, en la que nadie suelta lo que tiene, en la que nada circula, y como nada circula cada quien siente que necesita atesorar un poco más. Esto va generando un circuito de escasez.

Contraria a esta idea de escasez, está la idea de la ofrenda, del yajna. Al verlo todo como una ofrenda nos damos cuenta que la vida se expande. Esta idea es bastante contraria a nuestro ideal automático de querer fraccionar, poseer, de sentirnos dueños de las cosas, las personas, los momentos.


Sobre la acción como ofrenda


La acción de la ofrenda nos ayuda a volver al flujo natural de las cosas, permitiéndonos entender que en el fondo no podemos ser dueños de nada. Ese entendimiento es el que produce la sabiduría. Cuando, por ejemplo, ofrecemos nuestro alimento, cuando no  comemos solo por nosotros, sino por alguien más, o cuando no comemos, ofrendando ese momento de ayuno; o cuando ofrecemos nuestra respiración o lo que recibimos a través de los sentidos, nos damos cuenta de que nada de eso es solo para nosotros, que no podemos ser dueños de nada. Ese entendimiento nos permite reconfigurarnos, volver a nuestro estado natural, al estado natural de todo en el universo, en el que nada puede ser de nadie. Entendemos que todo es transitorio.


Con la ofrenda, así como con todas las prácticas, nos podemos quedar únicamente en el lado mecánico, olvidándonos de que el ritual es simplemente una excusa para recordar lo que sucede adentro. Los rituales los repetimos para que se instalen en nuestro subconsciente, para que en un momento dado se instalen en nosotros el donar, el compartir, el servir a los demás. El ritual si trasciende lo mecánico tiene el potencial de activar la sabiduría interna.


Considerando el sentido del karma, es bonito comenzar a hacer cada acción como ofrenda dedicándola a algo más grande que nosotros. Dejar de hacer las cosas solo por nosotros. Muchas veces el camino yoguico, por ejemplo, termina alimentado por la individualidad. Es posible que al inicio nos levantemos a meditar para tener claridad y tranquilidad, lo que está bien por un tiempo, pero llega un momento en que debemos hacer las cosas por los demás. No solemos pensar en eso, pero nosotros estamos acá gracias a lo que hicieron otros que ya no están. Nuestras acciones y nuestra práctica debería servir de apoyo para que los que lleguen puedan también estar. De esa manera dejamos de creernos el centro y la acción del karma termina generando sabiduría.


La acción de la ofrenda termina activando el principio del despertar espiritual. Cuando nos desapegamos, encontramos que podemos ser útiles a los demás, y dejamos de pensar sólo en nosotros mismos. Tratamos de hacer que cada acción sea una bendición, una oración, una ofrenda. Comienza de esta manera a despertar la sabiduría de trascender la individualidad que es uno de los propósitos del yoga. Desconectar ese pequeño yo, quitarle fuerza para conectarnos con ese gran yo, ese gran yo del todos nosotros, ese gran yo del colectivo humano, y esa es la apuesta que tiene el sentido de la ofrenda.


Sobre el pranayama como ofrenda


El pranayama abre la puerta de la meditación cuando logramos sintonizarnos con el fluir del prana y del apana, que se convierten en puertos de anclaje de la atención para desarrollar estados de meditación. Este fluir de inhalar y  exhalar, de contraer y expandir, de ascender y descender, está sucediendo constantemente, pero no siempre somos conscientes de él. Lo primero que debemos hacer es renaturalizar ese fluir y nuestra relación con ese circuito respiratorio, que se ha ido perdiendo al hacerse cada vez más artificial nuestra vida. 


La respiración tiene una dirección física y una energética. La dirección física intenta llevar el aire hacia abajo en la inhalación y hacia arriba en la exhalación. Gran parte del trabajo o por lo menos el trabajo inicial de la práctica nos debe conducir a descender con la inhalación para llenar al máximo y aprender a subir con la exhalación para soltar. Todo esto sucede en los niveles más densos. En el lado sutil, este fluir se da de forma contraria. Esto tiene que ver con que el prana, que es quien rige la inhalación, es ascendente, nos eleva, y el apana, que rige la exhalación, es descendente, nos permite volver a la tierra. Apoyándonos en este último circuito, de inhalar ascendiendo y exhalar descendiendo, volvemos a sentir la dirección energética, a renaturalizarla y conectar con ella. 


Con la práctica del pranayama lo que se hace es encontrar esa dirección descendente y ascendente de la respiración para luego invertirla. Se genera una inhalación que asciende y una exhalación que desciende. Cuando además de renaturalizar nuestros ciclos respiratorios y sintonizarnos con ese fluir energético, convertimos cada inhalación y cada exhalación en un ofrenda, nos sintonizamos con el fluir de la energía dándonos cuenta cómo funciona todo en el universo. En ese momento dejamos de ascender y descender, nos replegamos hacia el centro y nos expandimos desde el centro. Al sintonizarnos con el fluir del universo eliminamos el ruido de todo lo que no nos permite ir en direcciones distintas, para poder desarrollar la sabiduría de movernos como todo en el universo. La tecnología del pranayama está en función de equilibrar el flujo del prana y del apana para luego dirigirlos, potenciar la energía y luego expandirla.


Interpretación del sacrificio


La religión nos ha enseñado una idea de sacrificio relacionada con la penitencia y el dolor. Un sacrificio que se asemeja al que hacen los faquires o al que hacen los yoguis que ayunan por semanas enteras encerrados en una cueva o los que dejan de hablar durante años. Con este tema pasa como con los rituales, podemos quedarnos en el lado externo. Quedarnos alargando el ayuno o sacrificando la palabra y volviéndola silencio, pero esto solo es una excusa para desarrollar el sacrificio interno. El sacrificio así como el ritual no es nada por sí mismo, es solo una preparación, una adaptación para que algo suceda adentro, o para entender lo que pasa adentro. 


El sentido del sacrificio, desde el lado yoguico, tiene que ver con lo que utilizo para alimentar lo sutil. La dirección de los sentidos siempre está hacia el afuera, percibiendo y captando todo. Lo que se busca es conectar los sentidos con el adentro. Sacrificar los sentidos por medio del pratiajara. De esa manera estoy ofrendando algo que está sucediendo siempre para entregarlo por algo más grande, más sublime, más trascendente. Sacrificamos el movimiento para encontrar quietud. Sacrificamos el aliento, y dejamos de respirar automáticamente para darle dirección a la respiración. Sacrificamos los sentidos; las fluctuaciones mentales; la dispersión de la mente; los vrittis; los automatismos al comportarnos, movernos, respirar. Todo eso para producir algo que nos permita unificarnos, y conectarnos con los demás. El sacrificio entendido de esta manera deja de ser tortura.


La palabra sacrificio viene del latín sacrifico, palabra a su vez formada por las raíces sacer- que siginifica sacro o sagrado, y la raíz -fico que se refiere a la acción de hacer como tal. Por lo tanto la palabra sacrificio, desde su etimología, puede entenderse como hacer lo sagrado. Lo que hace que algo sea sagrado es que está dedicado a algo más grande que nosotros mismos. Que las acciones nos trasciendan, que estemos en función de otros para convertir así cada acción en sagrada. Dejar de ver el sacrificio como una tortura y reencontrarse con lo bello de respirar por otros; de comer un poco menos hoy y dedicar ese vacío en el estómago por alguien más. Dejar de estudiar para nosotros mismos y por nuestros logros personales, y hacerlo para compartir con otros. Dejar de ser el pequeño yo y convertirnos en el gran yo. 


Sintonizarnos con la sabiduría de la conexión con otros. La sabiduría entendida como acción y no como simple conocimiento teórico. Una sabiduría que no cae en el intelectualismo, en el que suele caer toda nuestra perspectiva occidental. La búsqueda más allá de entender tiene que ver con vivir, cuando se vive se sabe. Cuando solo sabemos desde los conceptos terminamos más fragmentados. El mundo y la vida no son para entenderlo y categorizarlos; esto aunque puede ser útil en un momento, con el tiempo se hace necesario desprenderse de todo eso y simplemente dedicarse a vivir. Volver a lo simple, a la cercanía con la fuente, a lo cotidiano.


Sembrado por Elisa Ochoa y Esteban Augusto (Tomado del los diálogos de grupo de estudio de la Bhagavad Gita)


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En estos días hablaba con una amiga que estaba teniendo serios debates sobre su quehacer como profesora de yoga. Venía muy sacudida por realidades sociales que cada vez sentía más cercanas y que le hacían cuestionar al servicio de qué y de quién están dedicando la enseñanza la mayoría de los profesores de yoga.

Según me dijo, mi amiga sentía que enseñar yoga para la gente que vive con todas las comodidades es fácil, pero se preguntaba sobre dónde estaban las manos que se dedicaban a hacer una labor “verdaderamente social”, a llevar todas estas sabidurías y prácticas a aquellos que con tanta escasez, podrían ser los que más las necesitan.

Sus palabras me invitaron a preguntarme: ¿De dónde viene ese impulso por creer que tenemos la responsabilidad de cambiar algo? ¿Quién es quién para determinar que alguien necesita más yoga que otros? La invité a que revisáramos los efectos de las clases dadas a gente de los niveles sociales más altos, y los efectos de las clases dictadas como labor social.

El deseo de querer cambiar la realidad, originado en una inconformidad estructural con el mundo que hemos creado, puede ser el germen de una gran transformación, que, a su vez, puede verse coartada por la gratificación personal. Esto se debe a que muchos de los que se dedican a “servir”, lo hacen esperando alguna retribución en dinero, prestigio, poder, etc.

Ahora bien, yoga, y no solo yoga, sino todas las tecnologías de autoconocimiento y autotransformación, tienen un gran potencial para acompañar procesos de transformación social, esto es principalmente, porque mediante ellas es posible recuperar nuestro estado de humanidad. Un estado en el que somos conscientes de nuestros mundos internos permitiéndonos aprender constantemente sobre nosotros mismos, nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones, nuestras dudas existenciales, y a su vez, permitiéndonos ser conscientes del sentido colectivo, de nuestra interconexión con los otros seres y con el entorno en el que estamos. Y aunque lo que se ha popularizado de yoga y de todas estas tecnologías es principalmente su forma externa, confío en que el solo hecho de que estas prácticas lleguen a más lugares, contribuirá al desarrollo de individuos y de sociedades más armónicas.

Otro elemento a contemplar es que, si bien ante la escasez de los elementos básicos de subsistencia hay que tomar medidas urgentes, esta no es la única escasez que como individuos y sociedades debemos buscar contrarrestar. Junto con la escasez física también hay que considerar la emocional, la mental y la espiritual, y estas últimas usualmente no las ponemos en la balanza. Llegar con el yoga a los estratos más altos, a los gerentes de las empresas, a los políticos y demás, podría ayudar a transformarlos y a sensibilizarlos sobre los beneficios de estas prácticas y esto a su vez, podría hacer que ellos repartan esas semillas en sus contextos. Así, un gerente que haya aprendido a hacerse cargo de sí mismo, de sus emociones y sus reacciones, es capaz de influenciar e inspirar nuevos entornos de trabajo y un nuevo tipo de vínculos en la empresa y grupos que lidera.

Lo anteriormente expuesto no pretende defender a los profesores de la “élite” porque aún hay varios puntos a considerar, sobre todo el hecho de que muchos de ellos comparten lo que saben desde la escasez y por eso el dinero se hace tan relevante en sus vidas, mientras que otros se dedican a enseñar desde la abundancia, y por eso lo hacen de forma gratuita, o por lo menos no dejan que el dinero sea su principal filtro. Ocurre entonces que muchos de los profesores que se dedican a enseñar con miras a una retribución económica, precisamente buscando resolver temas de subsistencia, terminan perdiendo el norte, y por esto la práctica que comparten puede carecer de esa semilla de humanidad que conduce a la transformación colectiva, que termina siendo eclipsada por deseos de figurar y de un enriquecimiento individual.

Ahora, el otro camino, el de los profesores dedicados al servicio, implica usualmente un esfuerzo al pretender llegar con propuestas diferentes a públicos que por sí mismos no las eligieron, lo que se traduce con frecuencia en terrenos áridos y poco receptivos, que si bien representan nuevos retos, generan un agotamiento que puede turbar los ánimos iniciales.

A eso se le suma el desgaste que se desprende de la lucha con la burocracia de las instituciones, que por estar ancladas a procedimientos y formas, suelen perder de vista lo humano y lo sensible del proceso. Puede pasar que por temas administrativos el profesor se vea envuelto en pugnas entre la gente y la institución; o que los procesos, que están diseñados para ser de largo aliento, sufran fluctuaciones o interrupciones que vayan en contravía de los objetivos iniciales de la intervención.

Lo cierto es que ninguno de los pormenores mencionados minimiza lo gratificante que es compartir con públicos que usualmente no tendrían acceso a la práctica, ni mengua el potencial social del yoga. Es entonces pertinente observar y reconocer cuando la creación de estos espacios esté generando un desgaste innecesario, porque para servir se requiere contar con la energía alta y con un norte claro, que si se pierden, provocan que los procesos se vayan a pique. Si hay agotamiento es necesario pausar para recargarse y poder continuar, pero sobre todo para recordar que estos procesos deben salir de una construcción horizontal, y no de una imposición vertical, porque a mayor verticalidad mayor fricción, y a mayor fricción mayor desgaste.

Para hacer que una labor social con yoga funcione verdaderamente es necesario crear las condiciones para que emerja, y no proponer lineamientos que cohíban o limiten. Y como parte fundamental de esto hay que despojarse de la idea de que compartir yoga es dar unas cuantas clases; a veces la mejor forma de enseñar yoga es simplemente vivir coherentemente, ser un buen amigo, un humano cálido y amoroso capaz de estar ahí presente acompañando a sus congéneres, y con algo tan simple pero tan profundo se puede hacer un eco mucho mayor.

Todo esto me lleva a considerar que una apuesta de transformación sensata debe hacerse desde varios frentes. Lo que pasa es que algunos la hacen desde arriba, desde lugares de poder, con aquellos que tienen el recurso, y desde ahí irradian como una cascada, hacia todos los que están debajo. Otros la hacen desde abajo con grupos, colectivos, personas cotidianas, acompañando su crecimiento desde adentro y desde abajo. Otros la hacen desde afuera, creando condiciones y contenidos para que todas estas problemáticas y soluciones se hagan más visibles, y para que pueda haber más oferta, acá cumplen un rol hasta los “influencers”, que desde lo externo, son referentes y puntos de imitación que otros pueden seguir. Otros la hacen desde adentro, dedicándose a trabajar sobre sí mismos, para desde su propio centro compartir su proceso y ser fuente de inspiración. La clave está en entender que si bien unos comienzan por un lado y otros por otro, o incluso puede que nosotros mismos en diferentes etapas de nuestra vida nos hayamos centrado más en unos que en otros, todo hace parte de la misma onda expansiva y todos cumplimos un rol importante, y es a veces nuestra corta visión la que nos lleva a juzgar como inútil o innecesario el trabajo de unos, por encima del de los otros.

Si de verdad se quiere alcanzar una transformación profunda, lo que debemos hacer es aprender a aunar esfuerzos, a establecer sinergias, a bombardear desde diferentes ángulos, arriba, abajo, afuera y adentro, pero sobre todo a aceptar nuestra humanidad y recordar que yoga debe estar al servicio de la vida y de la humanidad, lo que implica renunciar a nuestros juicios, a nuestras diferencias ilusorias y sobre todo a despojarnos de nuestros intereses individuales.

Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)
{Para el periódico Vivir en el poblado https://vivirenelpoblado.com/la-practica-y-la-ensenanza-del-yoga-debe-estar-al-servicio-de-la-vida-y-de-la-humanidad/}


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Cuando quieras medir la grandeza de un ser humano, por pretencioso que esto pueda ser, no lo hagas midiendo la cantidad de seres que están a sus pies, sirviéndole. Puede que sea más sensato medir su grandeza por la cantidad de seres ante los que él es capaz de ponerse a sus pies dispuesto a servirles.

Porque la grandeza no está en usar los otros para servirse a sí mismo, sino más bien en la facultad de ser útil y servir a todos y al Todo.


Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021) 

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Una vez le escuché decir a un buen amigo y colega, que una de las formas de identificar cuando una clase de yoga, se convierte en una verdadera práctica de unión, es cuando el profesor aprende a quitarse del medio, y de esa forma sólo queda el practicante con la práctica, y libres de intermediarios pueden restablecer el estado de yoga que es el estado de unidad.

Y recordando esto, está la invitación para que como profesores, en vez de pretender ser recordados o de marcar a los estudiantes con nuestras técnicas o nuestras palabras, recordemos quitarnos del medio, porque en el aprender a difuminarnos (tanto al yo-profesor, como al sentido de individualidad) está el secreto para retornar a la unidad.

Y para que en vez de generar dependencia, ayudemos a generar autonomía, porque la libertad sólo florece cuando se desvanecen los intermediarios (profesores, gurús, técnicas, conocimientos).


Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)

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Laguna de la cocha, Enero 2018


En qué momento se nos volvió natural vivir intoxicarnos con sustancias (lease licores, alucinógenos, etc), para sobrellevar una semana más de trabajo.

En qué momento elegimos vivir sobrecargados de estimulantes (lease azúcar, café, etc), para poder cumplir nuestras labores diarias.

En qué momento nos desconectamos tanto de nuestro cuerpo, que necesitamos mantenernos drogados (con T.V. noticias, sexo, internet) para evitar ponernos en contacto con lo que sentimos.

En que momento nos empezamos a dedicar a evadir nuestros propios pensamientos, atiborrándonos de palabras, conversaciones y músicas sin sentido.

En qué momento nos volvimos adictos a los vínculos con otros seres, a tal punto de creer que nuestra felicidad depende de ellos.

En que momento empezamos a alimentarnos con mentiras que niegan la realidad, para resguardarnos en la seguridad de sentirnos positivos y de aparentar ser espirituales o exitosos.

En qué momento se volvió nuestra principal prioridad adaptarnos a un montón de estúpidas reglas sociales en vez de ser coherentes con nosotros mismos.

En qué momento empezamos a huir de nuestro propio silencio, a tal punto que nos sentimos incómodos cuando estamos con nosotros mismos.

En qué momento empezamos a preferir que otros nos dijeran como pensar y como vivir, en vez de hacernos cargo de nosotros mismos.

En qué momento elegimos desconectarnos de lo inesperado y siempre cambiante de la vida, para preferir la rutina y la aparente seguridad de lo predecible.

En qué momento optamos por hipotecar nuestra relación con lo Sagrado, para aceptar las interpretaciones de los intermediarios y sus intereses manipuladores.

En qué momento comenzamos a preferir tener la razón que obrar de acuerdo a la verdad.

En qué momento empezamos a reprimir nuestros sentires más profundos, por elegir aparentar que encajamos en este mundo.


Como humanidad ya llevamos mucho tiempo priorizando y perpetuando este tipo de conductas que nos desconectan de nuestro propio interior y nos han hecho tejer relaciones vacías, a tal punto que creemos que nuestra propia vida y nuestra estabilidad mental depende de todas esas drogas (sustancias, compañías, palabras, actitudes, aprobaciones sociales, etc.) y se nos ha olvidado que en lo profundo de nosotros tenemos acceso a una fuente infinita de serenidad y sosiego, pero para acceder a ella hace falta librarnos de todos esas conductas aprendidas e impuestas, para así poder experimentar y compartir todo-eso-que-somos, más allá de todas las etiquetas, los nombres, las formas y las máscaras.

Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)

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Empuñando la Waira, Selvas del Putumayo, Colombia


Una vez escuche la historia de un sujeto, que naciendo de una comunidad tradicional nativa de la selva, y ante las atrocidades que habían cometido contra su pueblo, decidió tomar el camino de las armas para reivindicar todas las perdidas y exigir la la restauración de su comunidad.

Me contó, que habiéndose preparado para librar sus batallas por medio de las armas, un día le asignaron quitarle la vida a otro sujeto, y él, aunque dudando, procedió a hacerlo, ese sería el primer humano que mataría, pero cuando estaba pronto a hacerlo, su arma no funcionó, entonces sacó otra arma, la cuál tampoco funcionó. Y en ese momento quedó impávido, soltó las armas, y se prometió nunca más intentar quitarle la vida a otro ser humano.

Después de ese punto de quiebre, decidió reconciliarse con la herencia familiar, y emprendió un camino que lo llevó a experimentar la sabiduría proveniente de la Divina Fuerza Natural presente en las plantas, y durante años se cultivo de la mano de muchos mayores, y se convirtió en uno más de ellos, y comprendió que la única arma que empuñaría sería la waira, y con ella ayudaría reconstruir y reivindicar su pueblo despojado, pero ahora, no tanto desde el exigir las tierras o imponer recuperar las costumbres de antaño, sino desde recuperar su propia conexión interior, y desde ahí inspirar a su pueblo a reencontrar su propio balance armonizando los vínculos con todos y todo lo que les rodea.

A este sujeto, a quien estimo mucho, hace poco en medio de las nuevas incursiones violentas que sacuden estas tierras, le asesinaron a su hermana y su sobrina, una lidereza de su comunidad, y su hija de brazos. Él presa del dolor sintió que todo lo que había hecho no había servido para nada, y sintió de nuevo el impulso a responder a la violencia con más violencia. Pero luego, después de muchas lágrimas, comprendió que su papel es seguir empuñando la waira, drenando todo el dolor propio y de su comunidad, para no seguir alimentando ese círculo de violencia y sufrimiento, y en medio de su silencio, me recordó que la fuerza ordinaria es la que impone un humano sobre sus semejantes, pero que la fuerza extraordinaria es la que impone un hombre sobre sí mismo, y con ella logra sobreponerse a todos los patrones de reacción, para mantenerse en el camino del autoconocimiento y seguir siendo una fuente de inspiración para quienes le rodean. 


Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)

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Río Arusisíto, Abril 2021


Quisiera dedicar una palabras sobre el último viaje, pero no serán en función de hablar sobre el último retiro que tuvimos en el pacifico, y de como cada vez siento más claramente que las dinámicas y las direcciones que están tomando los retiros de yoga hoy en día me están conduciendo a proponer cada vez menos actividades de esta naturaleza.

Tampoco serán para hablar sobre el último viaje de mi abuelo y mi tío que en este fin de semana partieron al sueño eterno, y que eran mis más cercanos compinches a la hora de escuchar las aventuras de todos mis viajes, y que sé extrañaré bastante.

Sino que están dedicas a dos sujetos que fueron quienes guiaron nuestras canoas este día en el rio Ararusisito, de ellos, líderes de sus comunidades, escuche algunas historias sobre las plantas de la región, sobre diversos caminos que hay en la selva y hasta nos aventuramos a proponer un regreso para visitar unos charcos, cascadas, comunidades y cerros que no estaban en mi radar. Pero cuando digo “último viaje” me refiero a que estos dos guías que sabían conducirnos a través de los ríos en medio de la selva, fueron asesinados.

No se cuantos muertos más se necesiten para recordar que el ser diferentes, el pensar diferente, el obrar diferente no es excusa para considerar de que una vida valga menos que otra. Y aunque de alguna manera siento que todos deberíamos estar preparados para que cada uno de nuestros viajes sea el último, espero que la acción violenta no sea nuestra última compañera en el camino.

Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)


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Nevado Dulima, 2018, Fotografía de Karen Mazo


Recorrer una montaña es una de las analogías más comunes para abordar el Camino del Espíritu. Pero hay que comprender que este camino tiene dos fases, una de asenso y otra de descenso, en las cuales se entrelazan constantemente lo terapéutico y lo artístico, y por ello es que a veces todas aquellas tecnologías del espíritu cuentan con una fase terapéutica, que es la más divulgada y la que ofrece frutos visibles, y una fase artística, un tanto más esquiva y de frutos más imperceptibles.

El asenso, suele ser el lado más publicitado, y el que mejores fotos vende, en él todos aspiran “subir” para experimentar lo Supremo. Para hacerlo cada caminante debe echar mano de las fuerzas extracotidianas para vencer la resistencia que ofrece la gravedad de la cotidianidad. Pero llegar a la cima y experimentar el deleite de la unión mística con el Espíritu, es sólo la mitad del camino, porque la otra mitad es descender de la montaña y estar disponible para compartir todo aquello que se ha vivido.

Tal y como en la montaña, la fase de ascenso implica el hacerse más ligero, porque aunque el caminante cree que es gracias al equipaje que lleva que puede subir, la verdad es que es gracias a las cosas que suelta en el camino que logra ascender. Por ello la fase de ascenso es la fase de purificación, que cumple el rol terapéutico, en la cual nos aprendemos a despojar de todo lo que no somos, las creencias, los miedos, las ideologías y un largo etcétera, porque entre más ligeros estemos se hace más fácil ascender y experimentar con absoluta desnudes el estar en presencia de a la mismísima Fuente de lo inefable.

Lo terapéutico permite entonces reestablecernos en nuestra armonía original, y cuando estamos allí, lo único que queda es expresarse desde ahí, dando cabida a lo artístico. Allí es donde el caminante se vuelve artista, y cada uno de sus pasos, de sus palabras y de sus acciones, simplemente dan cuenta de que él vive desde el Espíritu, y su vida es en sí misma una obra de arte. El artista simplemente se comparte, y no le importa lo que digan o hagan con su arte, el simplemente vive para expresarse desde el Espíritu.

Cuando se dice que el yoga, la meditación y todas estas cosas tienen un lado terapéutico, se refieren al poder aligerador y depurador de estas prácticas, sus frutos son el bienestar, la armonía consigo mismo y con las relaciones con los demás, pero estas simplemente son las migajas o los efectos secundarios. Y usualmente aquellos que han dado unos pasitos en el lado terapéutico y han sanado algo en sí mismos, son los que les gusta andar convenciendo a los otros sobre las bondades de lo que han recorrido, a tal punto que crean rutas y protocolos para que otros sigan sus pasos.

Y cuando se dice que tienen un carácter artístico se refiere a su poder creativo desde el cual se logra producir un impacto en la cotidianidad. Los frutos de lo artístico son simplemente la manifestación de comunión con lo Supremo, para la cual la mayoría de las palabras sobran, y sólo lo poético y lo paradójico logran dar algunas pistas... Aquellos que han recorrido cabalmente esta fase artística asociada al descenso son los que se libran de las pretensiones del querer que otros recorran y experimenten el camino de la misma forma como ellos lo vivieron, porque saben que en el fondo, tanto el camino como el arte, aunque pueda ser compartido es una experiencia eminentemente personal y única.

Pero luego de subir y bajar la montaña, el caminante comprende que el camino es eterno, que siempre se esta ascendiendo, y que siempre se esta descendiendo, ya que ambas fases son partes del mismo camino, tal y como la exhalación y la inhalación son partes de la misma respiración. Y habiéndose sintonizado con el eterno Camino del Espíritu, nuestro caminante recuerda depurarse en cada exhalación y recrearse en cada inhalación, y ofrece su vida para que sea el Espíritu el que obre y se manifieste a través suyo


Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)

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 El secreto para mantenerse joven, es haber disfrutado la vejez.

(Y si se remplaza cada marcador de edad -joven/vejez- por la palabra «vivo/vida»)

La mayoría de los jovenes, pretendiendo huir de la vejez y la muerte terminan huyendo de la vida. Mientras que si se vive al revés, comenzando por disfrutar y aceptar la vejez y la muerte, puede abrirse el camino para disfrutar la juventud y la vida.


Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)

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Hace años un amigo me dijo que yo era como una suerte de nómada urbano. Hace poco unos amigos me dijeron que yo era como una nómada en rehabilitación, pero yo suelo verme más como un peregrino. Aquel que simplemente se entrega al movimiento y al ritmo de la vida.


En ese peregrinar me he encontrado lugares bien mágicos, lugares que te hablan, que te enseñan, que te ayudan a despertar la sabiduría de adentro, lugares cargados de la fuerza de la vida.

Ahora siento que es momento de abrir un poco más las puertas a estos peregrinajes, para que en el compartir podamos aprender, caminar y respirar juntos, como una hermandad.

Por eso estamos proyectando para el próximo solsticio de invierno estar recorriendo estas montañas nevadas llamadas del Zizuma (las de la foto) conocido como la sierra nevada de Güican, Cocuy y Chita.

No es un plan turístico para que alguien nos atienda, tampoco es una competencia de habilidades en la montaña, ni es un tour para hacer fotos. Es una invitación a peregrinar, algo que usualmente se hace solo, pero que ahora se está construyendo como una invitación a acampar, compartir, aprender, conversar, meditar, y todo lo que el camino nos muestre para incentivar los procesos personales y colectivos de autoconocimiento y autotransformación.

Si sientes el llamado a que peregrinemos juntos, déjamelo saber, que de seguro el camino tiene mucho para enseñarnos.

(Este es otra de las invitaciones de SADHANA ITINERANTE del SEMILLERO DE YOGA, ahí les iremos contando los otros proyectos que van saliendo)

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Valle del Cocora, Salento, Quindio, Diciembre 2020


 Todos hemos visto como a lo largo del tiempo han cambiado las imágenes presentes en las monedas y los billetes. Esto pareciera un detalle sencillo, pues simplemente el banco central ha decidido renovar los diseños... Pero siento que hay algo mucho más de fondo en ello, sobre todo porque en cada nueva actualización las imágenes que acompañan el dinero dan cuenta de aquellas cosas que como sociedad consideramos valiosas (la patria, la historia, la naturaleza) y con el paso del tiempo de hacer transacciones con esas imágenes terminamos vendiendo fácilmente aquello que antes valorábamos.

En cierto momento el eje de las ilustraciones estaba en la identidad nacional, representando monumentos, próceres, mapas, y demás símbolos en las emisiones numismáticas. Y ello permitió que todos tuviéramos en las manos algo que nos unificara como patria. Y de tanto andar intercambiando esos símbolos, se nos pareció lo más natural que todo en nuestro país estuviera en venta, y creo que por ello no nos quejamos cuando se llevaron nuestra historia y nuestra identidad.

Tras vender ese sentido de patria, buscamos algo más valioso de lo cual aferrarnos, y recurrimos a lo ancestral, y llenamos las monedas y billetes con monumentos de lo pueblos originarios, figuras y personajes nativos, pero así como empezamos a visibilizar nuestra historia ancestral, empezamos a negociar con ella. Y de tanto negociar con los diseños quimbaya, embera y demás, aprendimos a negociar, por no decir que despojar, los territorios, los pueblos y las sabidurías de nuestros ancestros.

Y ahora que prácticamente le hemos exprimido el valor a nuestra historia y nuestra ancestralidad, hemos puesto en los billetes y monedas un montón de elementos de la naturaleza: animales, árboles, montañas. Y así, de una forma muy sutil nos acostumbran a negociar con los paramos, los rios, y todo tipos de seres vivos impresos en las monedas, seguro para que no nos duela tanto cuando se destruyan los paisajes y extingan las especies, y nos quedemos con la ilusión que cuidábamos nuestra historia, nuestros ancestros y el entorno en que estábamos sólo con darle un lugar en un billete o una moneda, mientras que en el fondo fuimos vendiendo todo.

(En la foto, el famosísimo paisaje del Valle del Cócora, y sus palmas de cera, presente en el billete de 100.000. El valle y sus palmas no nos más que unos condenados a muerte, porque estas palmas despojadas del bosque del que naturalmente hacen parte, para verse mas bonitas, pierden la facultad de reproducirse. Y el billete sutilmente nos prepara para hacer transacciones con los paisajes y las tradiciones)

Sembrado por Esteban Augusto (Abril 2021)



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